Stanley Clarke, uno de los músicos fundamentales del jazz fusión, cofundador del legendario grupo Return To Forever, y virtuoso bajista que hizo escuela en su instrumento está de regreso en el país, para presentar su más reciente trabajo discográfico, Up. En un hotel céntrico, con un trato sencillo que el tiempo no ha conseguido endurecer, sus respuestas guardan un calor similar al de su música.
“Vengo de un hogar donde mi madre era cantante lírica, pero no llegó a ser profesional; aunque, como se dará cuenta, en mi casa había música permanentemente en mi casa. También había música por el lado de la iglesia a la que íbamos, y eso generó una influencia indeleble en mi vida. Pero en mi niñez, nada me gustaba más que las big bands de swing” dice entre sonrisas Clarke, nacido en junio de 1950 en Filadelfia, hogar por adopción del saxofonista John Coltrane.
¿De las influencias que recibió en sus comienzos cuál fue la más significativa?
Clarke tocó con sólo 17 años en los Jazz Messengers, de Art Blakey; grabó con Sonny Rollins, Dexter Gordon, Tony Williams, incluso participó del disco Pipper Of Peace, de Paul McCartney. Pero define a Return To Forever como su gran momento. “Fue maravilloso. Veníamos de tocar música brasileña con Airto Moreira hasta que hicimos un cambio muy fuerte de timón hacia el jazz fusión. No teníamos dinero, ni siquiera arrancó bien esta historia, pero mantuvimos la dirección; en esto fuimos muy precisos y terminamos formando parte de la historia. Junto con Weather Report y la Mahavishnu desarrollamos un estilo de composición e interpretación muy sólido. Fueron años maravillosos, en especial, porque surgimos solos; nadie nos acompañó, tampoco la industria –salvo alguna vez el sello Columbia- se fijaba en nosotros y, sin embargo, impusimos nuestra música. Trabajamos duro, muy duro, pero resultó en una experiencia hermosa”, confiesa Clarke, que viene con una banda que tiene una edad promedio de 23 años. En efecto, el pianista Beka Gochiashvili tiene 19, el baterista Michael Mitchell, 20 y el tecladista Cameron Graces, 30.
¿Preferis rodearte de músicos jóvenes?
No, de gente positiva; le huyo a las personas negativas; son de una influencia nefasta y no me permito estar cerca de ellos. Además, estos tres músicos con los que toco son muy talentosos y tenemos una relación muy constructiva en lo musical como en lo humano.
En 2011 incluiste en tu grupo a la pianista japonesa Hiromi y le diste un espaldarazo, ¿te sentís un cazador de talentos, a la manera de Blakey?
(Piensa) Sí, me siento algo así. En una conversación con Dizzy Gillespie me decía que el jazz es una tradición que sólo puede aprenderse, de manera cabal, tocando y los músicos debemos hacer eso: tocar con jóvenes y de esa manera transmitir lo que nos transmitieron a nosotros. Es la mejor manera de asegurar su tradición y una larga vida que, por cierto, la calidad de los jóvenes músicos de jazz la garantizan.
Clarke es uno de los músicos que mejor combinan la interpretación del contrabajo con la del bajo eléctrico. Sólido, ágil y con un lenguaje muy rico en imágenes en ambos instrumentos es tan efectivo liderando el grupo como en sus solos, en los que asocia la improvisación a un manejo cambiante del ritmo.
¿Existen puntos de con tacto entre “Children To Forever”, en 1973 (su primer disco como líder), hasta su último trabajo “Up”?
Que toco el bajo (y se ríe) y está mi nombre. La misma conexión con la música; el mismo sentimiento que tenía cuando tocaba siendo muy joven. Lo que encuentro entre el primero de mis discos y el último es seguir siendo una persona positiva. Si bien cada música tiene su tiempo y eso es indudable, ser positivo me permite enfocarme en cada momento y poder dar de mí lo mejor.
Al responder sobre qué momentos recuerda como decisivos respecto a su carrera musical no duda: “Tenía 19 años y estaba tocando con el saxofonista Joe Henderson; como el pianista se había enfermado, me avisó que vendría un reemplazante, y apareció Chick Corea, que tenía 21 años. Ese encuentro fue decisivo para mi vida”, agregó.