Vía: La Nación | Por Pablo Gianera
Se publica por primera vez en castellano Apuntes biográficos sobre Joseph Haydn, libro en el que Georg August Griesinger dejó testimonio de la obra y de la intimidad del compositor
Suele creerse que la condición de testigo es un efecto del azar; el lujo o la desventura de una casualidad que sitúa a un individuo en cierta excepcionalidad de tiempo y lugar. Pero no alcanza con eso. Hay que estar también a la altura de la excepción. Las tareas diplomáticas le facilitaron a Georg August Griesinger semejantes privilegios y cumplió con ellos; vinculado además a la edición de partituras por su colaboración con Breitkopf & Härtel, logró estar presente en tres de los acontecimientos musicales más relevantes de la historia: las primeras audiciones de La flauta mágica de Mozart, de la Tercera sinfonía de Beethoven y de La Creación de Haydn. Con Haydn precisamente mantuvo una amistad particular, asimétrica desde luego, en la que el diplomático escuchaba más que hablaba. De esas charlas resultaron estos Apuntes biográficos sobre Joseph Haydn , publicados por primera vez en libro en 1810, el año de la muerte del compositor.Como señala Luis Gago en el prólogo a esta edición en castellano, los Apuntes… fundan, con el volumen que Johann Nikolaus Forkel le dedicó a J. S. Bach, la investigación biográfica musical. Hay sin embargo una diferencia: Forkel escribió su libro sobre la base de documentos porque el objeto de su biografía había muerto sin que él llegara a conocerlo; la de Griesinger, en cambio, es una biografía de primera mano, hilvanada con confidencias rescatadas de charlas personales, casi de entrecasa. Griesinger cuenta envaradamente la vida de Haydn pero cada anécdota tiene la intensidad de las comillas y el relato se vuelve íntimo a medida que el músico envejece (la vejez era para él otra forma de la enfermedad) y sobreviene su declinación.
La sencillez teórica de su poética musical, el conmovedor apego a la melodía del Gott erhalte Franz den Kaiser! -que en época de guerra tocaba patrióticamente todos los días en el fortepiano-, sus hábitos y su infinita generosidad, todo esto se conoció gracias a la atención testimonial de Griesinger. Cuando, hacia 1809, el ejército francés pasó muy cerca de Gumpendorf y varias ráfagas de disparos hicieron temblar los vidrios de la sobria casa vienesa, sus ayudantes y criados se asustaron un poco. “Muchachos, no tengan miedo -gritó él desde la habitación-; donde está Haydn ninguna desgracia puede pasar.” ¿Algún otro tendría permitida con tanta justicia esa modesta jactancia?