Vía: El Periódico.com | Rosa Massagué
Hay quien ha calificado de sacrilegio lo hecho por Daniel Barenboim al ofrecer ‘El Anillo del Nibelungo’, de Richard Wagner, en los Proms de Londres ante 6.000 espectadores (1.400 en pie), que abarrotaban el Royal Albert Hall, unos espectadores que se traen la comida, la bebida y se ponen cómodos quitándose incluso los zapatos. Nada más erróneo. De sacrilegio nada. Todo lo contrario. El propio compositor dejó escrito que su ‘Anillo’ debía ser una ópera popular, accesible para todo el mundo sin distinción de clase y de bolsillo. O sea, en las antípodas de Bayreuth. Pero siempre con intérpretes de la máxima altura.
Eso es lo que ha habido a mares a lo largo de las cuatro partes de que está compuesta la obra en las otras tantas tardes londinenses. La calidad musical y la compenetración entre artistas y público fue tal que a lo largo de las muchas horas (más de 15) de representación no se oyó ni una tos, ni un móvil. Ni una mosca. Y al final de la última y agotadora jornada, después de las últimas notas de ‘El crepúsculo de los dioses’, el público quedó (quedamos) en un estado de éxtasis que se manifestó en un largo silencio (los amantes de la exactitud dicen que de 10 segundos) antes de que toda la inmensa sala prorrumpiera en arrebatados aplausos y todos a una se pusieran en pie.
La apoteosis que resumía la interpretación del ‘Anillo’ fue tal que después de unos 20 minutos de aplausos, Barenboim se dirigió al público, les hizo callar y dijo: “Lo que ustedes han vivido con nosotros es algo que nunca soñé alcanzar y nunca pensé que sería posible, porqué la comunión entre nosotros, los músicos, y ustedes, el público, depende no solo de nosotros, sino también de ustedes. Y ustedes nos han dado tanto silencio”. Y remató: “Nos han dejado anonadados”.
Era la primera vez en la historia más que centenaria de los Proms que se ofrecía la tetralogía wagneriana entera en una misma edición del festival que organiza la BBC. Hasta ahora solo se habían interpretado fragmentos o bien algunas de las cuatro óperas que forman el ‘Anillo’ en distintas ediciones. Solo por ello y antes de que se alzara el metafórico telón, el aterrizaje en Londres de Barenboim con la Staatskapelle Berlin y muchos de los mejores cantantes wagnerianos del momento para ofrecer seguida la tetralogía aunque fuera en versión de concierto ya era histórico. Después, con el director en el podio, los músicos en su sitio y los cantantes preparados para salir a escena empezó lo bueno de verdad.
Barenboim ha trabajado esta gran obra de Wagner con la Staatskapelle durante varios años, en Berlín y en Milán. Se nota la compenetración, el conocimiento profundo que tienen los músicos de las exigencias del director que impuso un tempo bastante lento con el que todos los instrumentos respiraban, en particular los metales que en Wagner y particularmente en esta obra tienen un papel muy destacado, consiguieron unos sonidos de gran belleza. Sonaban metales, pero eran de terciopelo.
‘El oro del Rin’, el prólogo del ‘Anillo’, sirve para anunciar el tema que Wagner nos va a contar y presentar a los personajes que se sucederán en las tres jornadas siguientes, ‘La Valquiria’, ‘Sigfrido’ y ‘El ocaso de los dioses’. Las tres hijas del Rin, juguetonas y casquivanas, dejan que un enano, Alberich, les robe el oro que el padre-río les ha encomendado guardar. Un anillo y un yelmo mágico sacados de este metal precioso dará a quien los posea un poder absoluto. Alberich lo consigue a cambio de renunciar al amor, pero el dios Wotan que acaba de hacerse un gran palacio, el Walhalla, necesita dinero para pagar a los constructores, los gigantes, Fafner y Fasolt. Asesorado por Loge, el dios del fuego y del engaño, ambos descienden al Nibelheim donde Alberich tiene sometidos a su hermano Mime y a un ejército de mineros. Con artimañas y violencia le roban anillo y yelmo. A partir de aquí, el anillo será ambicionado por muchos pero siempre traerá la muerte a quien lo posea. La avaricia rompe el saco, el de los mortales y el de los dioses, y el poder corrompe. Nada más cierto como bien sabemos.
En esta primera entrega, el barítono Iain Paterson ofreció un Wotan muy compuesto, muy institucional en su papel de poder divino. Fricka, su esposa y diosa del matrimonio, fue interpretada por una Ekaterina Gubanova de bella voz, preocupada por los desvaríos de grandeza del marido. Johannes Martin Kränzle en el papel de Alberich tenía la voz, pero le faltaba maldad. Impresionantes los dos gigantes interpretados por Stephen Milling y Eric Halfvarson, especialmente este último. Peter Bronder, en el papel de Mime, aunaba comicidad y bella voz. Del resto del reparto destacaron la contralto Anna Larsson en el papel de Erda, la diosa de la tierra que anuncia las desgracias venideras, y Stephen Rügamer en el ubicuo papel de Loge.
Si en algo se parecía el Royal Albert Hall a Bayreuth era en el calor que solo la belleza de la música hacía mínimamente soportable los dos primeros días, el 22 y 23. En ‘El oro del Rin’, antes de que las hijas de dicho río abrieran la boca para cantar, el director ya estaba secándose el sudor de la frente, un gesto que repetiría constantemente.
Continuará. Este ‘Anillo’ no acaba aquí. Falta un buen tramo hasta llegar al éxtasis.