Agradecidos con María Elisa Flushing por recomendar tan interesante artículo
“Es casi como un asesinato”. Es lo que dijo el compositor de 21 años, Jonas Tarm, cuando la Sinfonía de Jóvenes de Nueva York canceló recientemente la representación de su condecorada pieza “Oblivion march” (“Marcha hacia el olvido”).
Tarm, que dijo que su pieza estaba “dedicada a las víctimas que han sufrido la crueldad y el odio de la guerra, el totalitarismo, el nacionalismo polarizador, en el pasado y hoy en día”, había citado musicalmente el himno de Ucrania durante la época soviética y el “Horst Wessel Lied”, el himno oficial del partido nazi.
Tarm no dejó claro que lo estaba haciendo, ni el por qué, en las notas para el programa.
En una larga declaración pública, el director ejecutivo de la sinfonía dijo que “dada la falta de transparencia y la falta de consentimiento paterno para involucrarse en esta música, no podíamos seguir incluyendo la pieza en el programa”.
Tarm defendió con vigor el derecho de la música a “hablar por sí misma”, y describió la decisión como un acto de censura.
Por cierto, todavía es ilegal tocar el “Horst Wessel” en Alemania.
La cuestión sobre si la música, una colección de vibraciones de sonido, puede tener algún “significado” y, en ese caso, cómo debemos responder a ese significado, es una pregunta vieja y controvertida, que no estamos cerca de poder responder.
Puede que la música clásica tenga la reputación de ser refinada y gentil, pero las controversias y los escándalos abundan en su historia.
Estas son algunas de las obras clásicas que causaron un escándalo, bien por razones políticas, textuales o estéticas, en los últimos siglos.
La Pasión según San Juan, de J. S. Bach, 1724
La idea que tenemos del padre de la música clásica no es exactamente la de un provocador. Aunque, como prueba la biografía de John Eliot Gardiner, de 2014, tampoco tenemos que pensar que Bach era un santo simplemente porque escribió música tan sublime.
Pero el escenario arrebatador de la pasión de San Juan, piedra angular del canon clásico, deja un regusto amargo en la boca de algunos.
En 1995 estalló una protesta estudiantil en el Swarthmore College de Philadelphia, después de que miembros del coro se negaran a cantar lo que consideraban un texto antisemita.
El góspel se refiere a los enemigos de Jesús como “los judíos, los judíos, los judíos”.
La palabra se repite 70 veces a lo largo de la pieza, de 110 minutos.
En 2000, el 250 aniversario de la muerte del compositor, hubo protestas públicas contra la representación de la pasión en el Festival de Bach de Oregon.
Un rabino boicoteó el evento y otro renunció al comité de planificación del festival.
La mayor parte de analistas, sin embargo, comparten la opinión del apreciado académico experto en Bach Robert L. Marshall, quien cree que la Pasión de San Juan “da voz a algunos de los sentimientos más nobles del espíritu humano, y ni la pieza suprema ni su incomparable autor necesitan ningún perdón”.
La historia detrás de la dedicatoria de la tercera sinfonía de Beethoven forma parte de las leyendas de la música.
Como escribe Tom Service, de la BBC, “imaginemos si Beethoven se hubiera mantenido en el plan original, y su tercera sinfonía se hubiera llamado la ‘Bonaparte'”.
“Napoleónica” describe sin duda la escala en la que Beethoven concibió el trabajo. Incluso esbozó un programa de la vida de Bonaparte dentro de los movimientos de la sinfonía, hasta el momento de 1804 en el que fue informado que Napoleón se había proclamado Emperador.
La dedicatoria original a Bonaparte fue eliminada y Beethoven anunció que Napoleón era “un tirano”, que “se creerá mejor que todos los hombres”, y renombró la sinfonía como la “Heroica”.
Ballet Parade, de Erik Satie (1917)
“Señor y querido amigo, no es usted solo un idiota, sino un idiota sin sentido de la música”.
Fue el veredicto de Erik Satie sobre el crítico Jean Poueigh, que había vapuleado su pieza “Parade”, un ballet de 15 minutos encargado por Ballet Russes de Diaghilev, que también juntó las imaginaciones modernistas iconoclastas de Jean Cocteau y Pablo Picasso.
Poueigh demandó a Satie en un amargo caso judicial, y ganó. Un excéntrico y poco convencional compositor, Satie utilizaba efectos de sonido radicales en aquel entonces, como el ruido de la máquina de escribir, de botellas de leche sonando, disparos y sirenas.
¿Vanguardia? Seguro, pero la audiencia del estreno de París, el 18 de mayo de 1917, tomó partido con Poueigh: abuchearon, silbaron e incluso lanzaron naranjas contra la orquesta.
4’33″, de John Cage (1952)
John Cage, que estudió con Arnold Schoenberg, declaró que 4’33″ era su obra más “importante”, pero sus críticos dijeron que era una broma muy mala.
Las anotaciones en la pieza de tres movimientos instruyen a los músicos para que no toquen durante todo el tiempo que dura la pieza, para que la audiencia se sumerja en los sonidos de ambiente de la sala de conciertos.
Cage, que estaba muy influenciado por el budismo Zen, había esbozado la idea de componer una pieza totalmente silenciosa por primera vez durante una clase en la Universidad de Vassar, a finales de 1940.
Cage predijo, sin embargo, que una pieza como esa sería “incomprensible en el contexto occidental”, y era reticente a la hora de ponerla sobre papel.
“No quería que pareciese, incluso a mí, como algo fácil de hacer, o una broma”, dijo entonces.
“Quería decirlo con toda la intención y ser capaz de vivir con ello”. En 1951, Cage pasó tiempo en una cámara anecoica en la Universidad de Harvard, y la experiencia resultante le dio la confianza intelectual que necesitaba para llevar a cabo la idea.
“Escuché dos sonidos, uno alto y uno bajo”, explicó. “Cuando se los describí al ingeniero, me dijo que el alto era mi sistema nervioso, y el bajo la circulación de mi sangre”.
“Habrá sonidos hasta que muera. Y continuarán cuando me muera. No tengo que temer sobre el futuro de la música”.
Cuatro órganos, de Steve Reich
Los habituales de los conciertos de música clásica en Nueva York suelen ser un grupo bastante recatado, pero no lo fueron el 18 de enero de 1973.
La pieza de Reich, escrita para cuatro órganos Hammond y maracas, había sido comisionada por el visionario director de la Orquesta Sinfónica de Boston, el joven Michael Tilson Thomas.
Thomas no tuvo escrúpulos en incluirla en programas junto con Mozart, Bartók y Listz. Estos tres compositores habían sido también, por cierto, arquitectos de revoluciones musicales.
Pero las reacciones en la audiencia aquella noche, en el Carnegie Hall, fueron desde abucheos saludables -según un crítico- hasta gritos amenazantes, e incluso alguien corrió por el pasillo gritando “¡vale, confieso!”, a una anciana que golpeaba el escenario con un zapato para intentar lograr que la orquesta dejara de tocar.
En 2011, el Carnegie Hall montó una celebración emblemática de “uno de los mejores compositores vivos de Estados Unidos”. Nada menos que Steve Reich…