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El centro Profesional ha adaptado sus instalaciones y formado a sus docentes para enseñar a alumnos invidentes
Vía: www.farodevigo.es | A. Blasco
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En una enseñanza en la que se aprende mucho por imitación, la llegada de una estudiante invidente puede producir cierto vértigo. Es solo por desconocimiento y no necesita más que pequeñas modificaciones y formación. Así lo descubrieron en el Conservatorio Profesional de Vigo, que enseña a su primera alumna ciega.
Javier González, jefe de estudios del Conservatorio Profesional de Música de Vigo, confiesa que cuando llegó al centro la solicitud de acceso de una niña invidente se le “vino el mundo encima”. Habían tenido una alumna con discapacidad visual, pero nunca con ceguera. Detrás de esa preocupación no había más que desconocimiento. Se puso en contacto con la ONCE, que disipó sus temores. Con pequeñas adaptaciones en las instalaciones y formación para el profesorado -que se implicó en este “reto”-, Diana Costas es una alumna más. Ahora que ya han dado el paso con ella, quieren dar a conocer la experiencia para animar a quien aún no conozca esta posibilidad. Este curso hay 6 en los conservatorios gallegos
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Diana Costas es la niña que ha propiciado esta adaptación en el centro de A Florida. Con un primo trompetista, una tía guitarrista y otro violinista, ha tenido relación con la música desde pequeña. No solo demostraba que le gustaba, sino que sabía llevar el ritmo. Ya a los cuatro años empezó a recibir algo de formación musical en la ONCE. “Poca cosa”, recuerda su madre, Susana. Sin embargo, ya sirvió para que su profesor José Luis Pastoriza detectara que tenía buen oído. Le animó a hacer las pruebas de acceso para el conservatorio.
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“Echada para adelante como nadie, ella quiere apuntarse a todo”, cuenta su madre. “Es una niña que poco a poco es independiente, su ceguera no le supone un problema”, subraya y añade: “se lo puede suponer a los demás, por desconocimiento”. “Ello no quiere decir que no necesite adaptaciones, pero con ellas puede hacer prácticamente cualquier cosa que se proponga”, apunta.
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Diana sacó la nota más alta en el examen de acceso, que incluye pruebas de discriminación auditiva e imitación, que a ella le hicieron de forma oral en vez de escrita.
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Así de simple. Adquirieron una máquina Perkins y papel especial, aunque la ONCE le facilita los libros o partituras traducidas a braille. Reubicaron los extintores para evitar obstáculos en las paredes por las que se guía; colocaron bandas rugosas antes de escaleras; concienciaron de que las puertas entreabiertas pueden resultar trampas; y controlan que no haya mochilas u otras cosas tiradas. Las clases a las que acude Diana no pueden variar su disposición ya que, aunque tiene un resto visual con el que detecta luz y le permite cierta orientación, se mueve en base a la memoria.
“Otro paso importante”, cuenta González, fue la formación de los profesores. La ONCE les impartió un seminario al que fueron 31 de los 67. “Estamos acostumbrados a que los alumnos imiten lo que ven, así que esto era un salto a lo desconocido”, explica.
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“Con ella hago lo mismo que con los demás, solo es un cambio de chip”, cuenta su profesora de lenguaje musical, Ana Vaqueiro. Además lo ve “muy positivo” para el resto de alumnos y “muy enriquecedor” para los docentes. Su profesora de piano, Yolanda Represas, también sintió un “temor inicial” y “nervios” que desaparecieron en el primer mes. Las diferencia más grandes es que Diana aprende las piezas con una mano en la partitura y otra en el teclado, con el que nunca pierde el contacto para saber a posición de las 88 teclas. “Jugamos mucho con su oído privilegiado para colocar las manos”. “Le exijo igual que al resto y estudia igual que al resto”, asegura y concluye: “A veces me olvido de que no ve.
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