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El maestro polaco, quizás el autor vivo más importante de nuestro tiempo, reflexiona sobre la evolución de la música sinfónica en las últimas décadas y otea el horizonte de su propio legado artístico tras sesenta años de creación
Vía: www.abc.es | JOSÉ LUIS JIMÉNEZ
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Los ojos de Krzysztof Penderecki (Debica, 1933) han contemplado la barbarie de la invasión nazi y la consiguiente guerra mundial, una dictadura comunista bajo el yugo soviético, la caída del Muro y, finalmente, una Polonia europea en un mundo en perpetua evolución, como su música. «Ha sido una vida interesante», condensa el maestro, «viví un tiempo excitante por los constantes cambios, pero siempre he intentado ser independiente del contexto que me rodeaba». Esa idea es su clave vital, la autenticidad. La defiende con insistencia durante una hora de conversación con vistas al puerto de La Coruña, cuya orquesta, la Sinfónica de Galicia, ha programado varias obras suyas que él mismo ha dirigido esta semana, además de trabajar de cerca con los estudiantes de la OSG. Piensa las respuestas, les da forma y las verbaliza con parsimonia.
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-¿Qué debe definir a un compositor, su adscripción a las modas o un estilo personal?
-Siempre el estilo. Las modas son cambiantes y acaban por desaparecer. No sé cuántas modas puedo recordar que fueron efímeras, aunque no estoy interesado en las músicas de otros autores más allá de la mía.
-En los años 60 decidió romper con las vanguardias. ¿Se cansó de ser moderno?
-Hay gente que opina que abandoné las vanguardias. Más bien resultó que yo quería seguir mi propio camino. Todo era vanguardista en los sesenta. Escribí un par de piezas que se encasillaron así, pero lo que yo quería eran obras de gran formato, como oratorios y óperas. Y las vanguardias no iban en esa dirección. Así que tuve que volver a la tradición. Tenía la convicción de que podía componer obras de este formato. Tras estar durante los cincuenta y sesenta elaborando mi propio lenguaje musical, me vi con la capacidad de afrontar la «Pasión según San Lucas».
(En la charla vuelve recurrentemente a este gran oratorio estrenado en 1966. Es quizás su obra coral más reconocida, dentro de una producción amplia de misas, oratorios o cantatas. Lo atribuye a una madre «ortodoxa» en su credo religioso y su convicción desde joven de que «el instrumento más hermoso que existe es la voz humana». Recuerda su primer concierto en Cracovia, al que le llevó su padre, Tadeusz. Él fue quien le regaló el violín con el que se inició en la universo musical. «Había Mozart en el programa, pero me debí aburrir bastante». Todavía no se había «enamorado» de la música).
-¿Hacia dónde apunta hoy la investigación musical?
-No sé si va algún sitio, o si ni siquiera se investiga. Porque en mi época se exploraron todas las vertientes posibles. Hoy no hay vanguardias. Los compositores jóvenes del presente copian lo que nosotros hicimos en los sesenta y setenta.
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-¿La melodía volverá algún día?
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-No del modo convencional que conocemos, pero si quieres componer una obra de gran formato como la Pasión necesitas una melodía, o será muy aburrida.
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-Si no hay innovación en la nueva composición, ¿la respuesta es volver a los clásicos del pasado?
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-No, desde luego que no. Nadie vuelve al pasado. Puede que se avance de manera muy lenta hacia adelante, pero nunca hacia atrás.
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¿Beethoven es moderno?
-Fue muy moderno en su tiempo, y quizás también lo sea en nuestros días.
-Sus autores de referencia durante su etapa de juventud fueron Bach y Stravinsky.
-Bach es el mayor genio de todos los tiempos, hasta nuestros días. Admiro la lógica de su música. Stravinsky vino después. Su obra me pareció radicalmente nueva, moderna para aquellos tiempos. Hoy me sigue gustando mucho. Yo conocí a Stravinsky, y me dijo que estaba escuchando «La Pasión según San Lucas» y que le había entusiasmado. Fue el mayor halago que me pudo hacer nadie.
-Esta es una frase suya: «Las fusiones pueden enriquecer mucho la música sinfónica, pero se necesita un gran paso adelante». ¿Hacia dónde?
-Hacia una revolución que implique algo realmente nuevo. Desde que tengo memoria y quise ser músico, no he conocido a nadie que fuese radicalmente nuevo, siempre era una evolución de algo que ya conocíamos.
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«Como autor, no puedes mentir. Tienes que ser sincero, intentar siempre dar lo mejor que sepas o puedas»
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-¿Y cuál debe ser esa revolución?
-No la puedo imaginar. Es que nosotros ya lo intentamos todo en los últimos cincuenta años…
-¿La suya es música profunda para nuestros tiempos superficiales?
-Probablemente por mi música coral, no tanto por mis sinfonías. Mi obra coral buscaba continuar la gran música del pasado. No sé si pasará a la Historia, pero yo desde luego lo intento, no caer en la superficialidad.
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«Bach es el mayor genio de todos los tiempos hasta hoy. Admiro la lógica de su música»
«Tendría miedo de tener claro hacia dónde va mi música. Algún día terminará»
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-¿Le preocupa cómo será recordado en el futuro?
-Espero que mi música perdure, porque es sincera. Está bien escrita porque mi maestría es buena, después de una extensa formación. Como autor, no puedes mentir. Tienes que ser sincero, intentar siempre dar lo mejor que sepas o puedas.
-¿Cómo puede un compositor no ser honesto cuando crea?
-Si alguien cambia su estilo por las modas, es un error. Uno debe ser sincero consigo mismo y creer que lo que hace es lo mejor.
-Asegura que no compone para el público sino para usted mismo…
-Pero me satisface mucho que al público le guste mi música…
-¿Le preocupa no ser entendido por el público?
-En mis obras de los comienzos como «Polymorphia» o «Fluorescencje» no había nada que entender. Hay preguntas que uno no puede responder.
-¿La música debe ser entendida o solamente disfrutada?
-Disfrutar la música no es suficiente. Si escribes solo pensando en que la música debe divertir o que tiene que ser accesible para todos… Son preguntas difíciles para un compositor.
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-Ha compuesto ópera pero no ha frecuentado en exceso el género. ¿Demasiadas rigideces?
-Estoy escribiendo mi quinta ópera por encargo de la Ópera de Viena, «Phaedra». Es un género que exige un conocimiento mucho mayor que el nece- sario para componer un cuarteto de cuerdas, por ejemplo. «Phaedra» va a ser una obra dramática, muy difícil.
(Su mujer, Elzbjeta, aprovecha para poner en valor la capacidad del maestro para componer una obra en cualquier estilo, como demostró con ese oasis clásico en su producción que fueron las «Tres piezas en el estilo antiguo» (1964), para la banda sonora de la película polaca «Manuscrito encontrado en Zaragoza». ¿Y se atrevería con una ópera romántica italiana? «Me basta la mano izquierda», bromea Penderecki. Cuenta cómo en 1959 presentó a un concurso una pieza escrita con la diestra, otra con la zurda y una tercera dictada a un amigo. «Gané los tres primeros premios», y la recompensa fue un pasaporte para cruzar el Telón de Acero y conocer Italia).
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En los setenta frecuenté a menudo las orquestas de El Sistema de José Antonio Abreu en Venezuela. Era un trabajo fantástico. En los jóvenes hay un entusiasmo especial, una pureza única.
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-¿Sigue manteniendo su rutina de madrugar para componer?
-Durante cuarenta años o así me levantaba a las cinco de la mañana para componer. Pero me he vuelto mayor y perezoso. Ya no trabajo tanto. Toda mi vida he querido hacer algo, crear algo, no para mí, sino para la próxima generación. Y después disfrutaba de mi jardín. Amo la naturaleza. Por las mañanas paseaba por el jardín y regresaba para sentarme a componer. Eran seis o siete horas en las que no hablaba con nadie, no respondía al teléfono. Plantar un jardín es como crear una sinfonía, lo más importante es la forma: qué tipo de árbol y dónde lo vas a plantar, cuál va a ser el que le siga…
-¿Cómo es sentarse delante de la partitura vacía? ¿Espera la inspiración o trabaja para que llegue?
-Cuando te sientas a componer ya sabes qué quieres escribir. Lo importante es tener clara la forma que se va a emplear. Y con la forma viene la música, siempre cambiante, buscando lo mejor. La idea es tener clara la arquitectura de la obra, su estructura, y luego, en algún momento durante o después, se completa.
-Trabaja a menudo con jóvenes orquestas. ¿Por qué esta predilección por los músicos en formación?
-Porque son el futuro de la música. Tienen conocimiento, temperamento, alegría. Suelo dirigir orquestas de estudiantes; todos los años me pongo al frente de dos o tres para dar un concierto. Y para mí son más importantes que las orquestas profesionales de adultos. En los setenta frecuenté a menudo las orquestas de El Sistema de José Antonio Abreu en Venezuela. Era un trabajo fantástico. En los jóvenes hay un entusiasmo especial, una pureza única. Aquí en La Coruña me ha sorprendido la Joven Orquesta Sinfónica de Galicia [a la que ha dirigido en Ferrol]: tocaban como auténticos profesionales. El nivel era excelente, muy alto. Dudo que encuentre una orquesta joven de esta calidad.
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-¿Forma Polonia a los Penderecki del futuro?
-Nosotros empezamos el Krzysztof Penderecki European Center for Music en una casa de campo que compré y restauré en 1974, a las afueras de Cracovia. El centro abrió en 2013. Está dedicado a los jóvenes músicos del futuro. Es parte del legado que quiero dejar. El centro no está pensado sólo para estudiar mi música, por supuesto. Hay un auditorio para 800 personas, dormitorios para 130 estudiantes, salas de ensayo y estudio… Y no es privado, está sustentado por el Estado.
-Me fascinó la historia de su arboreto. ¿Obtiene inspiración de los paseos entre árboles?
-Sí, sí. Son más de 30 hectáreas en las que no había nada. Decidí crear algo nuevo, una colección de especies arbóreas de todo el mundo, que ahora deben rondar las 1.800. Estoy profundamente orgulloso. A veces pienso que quizás sea más importante que mi música. Me reporta una enorme satisfacción.
-¿Puede ver, mirando al futuro, hacia dónde va su música?
-No. Y tendría miedo de tener eso claro. Algún día terminará. Pero yo continúo.
-Maestro, ¿cómo quiere ser recordado?
-No me lo he planteado, la verdad. Creo que quiero ser recordado no sólo como un compositor, sino como un hombre sincero, que creía en lo que hacía y que no se movía sólo por el aplauso del público. Mi evolución es clara. Y creo que mantuve siempre la buena dirección.
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