Vía: Bolpress | Por Jorge Luna (Corresponsal de Prensa Latina en Uruguay)
Montevideo (PL).- El tango más famoso del mundo, La Cumparsita, declarado Himno Cultural y Popular del Uruguay, cumplió 96 años el pasado 19 de abril. El tango, emblemática expresión de identidad de los pobladores de ambas orillas del río de la Plata, tuvo a lo largo de su amplia historia auge y declive tanto en Buenos Aires como en Montevideo. Es igualmente conocido el debate sobre la nacionalidad del tanguero mayor, Carlos Gardel, que si es argentino, o francés o uruguayo…
En Tacuarembó, 390 kilómetros al norte de Montevideo, existe un Museo de Gardel, donde se atesora copia de la primera cédula de identidad argentina que el “Zorzal Criollo” tramitó el 4 de noviembre de 1920, un mes después de haber solicitado el Registro de Nacionalidad uruguaya. Según la investigadora argentina Martina Íñiguez, en ese documento, que permaneció oculto durante más de 75 años, Gardel figura como nacido el 11 de diciembre de 1887 en Tacuarembó, lo cual constituye una nueva prueba en favor de su nacionalidad uruguaya.
El Día del Patrimonio de 2013, que en Uruguay se celebró durante dos jornadas (5 y 6 de octubre), fue dedicado al “tango uruguayo” con cientos de actividades artísticas en todo el país y, en Paysandú, puerto fluvial fronterizo con Argentina, se recordaron las dos actuaciones de Gardel allí en octubre de 1933. En ese puerto también se restauró el llamado Rincón de Gardel, donde el cantor tomó mate con sus guitarristas, según testimonia una fotografía del diario El Telégrafo de la época.
Ese mismo periódico publicó, dos años más tarde, declaraciones de Gardel en el sentido de que “un artista, un hombre de ciencia, no tiene nacionalidad, un cantor tampoco, es de todos y, sobre todo, su patria es donde están los aplausos, pero ya que insiste, soy uruguayo, nacido en Tacuarembó”.
Entre decenas de monumentos y recordatorios, a fines de 2013, se inauguró una estatua tamaño real de Gardel sentado en un palco del Estadio Gran Parque Central, del popular club de fútbol Nacional, cuyos directivos aseguran tener fotos de Gardel “mirando jugar a Nacional frente a Barcelona en 1928”.
Pero, no es solamente Gardel. Son muchos los cantantes uruguayos enaltecedores del tango, incluso en momentos en que peligraba su existencia, amenazada por otros ritmos “de moda más moderna”, según los estudiosos del tema.
Otros tangueros
Entre algunos de los mejores tangueros uruguayos, aunque no los únicos, figura José Razzano, conocido como “El Oriental” y muy amigo de Gardel (hizo dúo con él durante dos años), nacido en Montevideo, pero se trasladó muy joven a Buenos Aires, donde se hizo músico, cantor y compositor y, en 1911, grabó sus primeros discos.
Luego de varios años de éxito, Razzano abandonó el canto por razones de salud y, en 1925, se convirtió en el representante artístico de Gardel hasta 1933. En un esfuerzo por recuperar su voz, logró grabar, junto a él, “Serrana impía” y “Claveles mendocinos”. Compositor de piezas como “Café de los angelitos”, “Diez años pasan” y “Compadre, qué le va a hacer”, Razzano, laureado y homenajeado, murió en 1960.
Otro contemporáneo de Gardel fue Francisco Canaro (Pirincho), quien nació en la mayor pobreza en San José (Uruguay); luego se convirtió en próspero artista-empresario e introdujo el tango en Europa y hasta en Japón. En 1921 conformó la Gran Orquesta, que debutó con éxito extraordinario en el Teatro Ópera de Buenos Aires. Compuso “Sentimiento gaucho”, “Adiós pampa mía”, “Se dice de mí”, “La última copa” y “Madreselva”, entre muchos otros tangos.
Violinista y compositor, Canaro inventó las grandes orquestas típicas, a las que incorporó cantores, y fue conocido como “director de la orquesta de Gardel”. También organizó la defensa de los compositores, produjo obras de teatro y hasta incursionó en el cine.
Igualmente en 1891 nació José María Aguilar en San Ramón, departamento de Canelones, pero fue bautizado por Gardel como “El Indio”. Uno de los tres sobrevivientes del accidente aéreo en que falleció Gardel en 1935 en Medellín, Colombia. Guitarrista de formación clásica, conformó varios dúos en Buenos Aires a partir de 1920. También compositor, integró en 1928 un trío de guitarras que acompañó a Gardel hasta Europa y luego en sus películas en Nueva York, Estados Unidos.
Compartió con él en su gira promocional por Latinoamérica en la que ocurrió el accidente de 1935, del cual resultó con graves quemaduras y desfigurado. Antes de morir, en 1951, publicó un libro titulado “Yo acompañé a Carlos Gardel”.
“La Cumparsita”, el tango más famoso del mundo y con la mayor cantidad de grabaciones, fue escrita por Gerardo Matos Rodríguez, estudiante de arquitectura de 19 años de edad en 1916. La obra se estrenó públicamente en 1917, luego se convirtió en “el himno de los tangos”. La compuso como marcha carnavalera para el grupo de universitarios que integraba, llamado La Cumparsa. Luego, fue bailado por miles de personas. El tema fue grabado por grandes directores de tango como Roberto Firpo, Aníbal Troilo, Osvaldo Pugliese, Florindo Sassone, Carlos Di Sarli, Leopoldo Federico y Astor Piazzola. Fue traducido al inglés, portugués, japonés, holandés y ruso, entre otros idiomas.
A lo largo de su vida compuso más de 70 tangos. Hijo del propietario del famoso cabaret Moulin Rouge, el joven dirigente de la Federación de Estudiantes Universitarios fue pianista, compositor y periodista, pero “La Cumparsita”, interpretada y grabada por infinidad de grandes orquestas de la época, resultó su obra mayor.
Matos Rodríguez fue amigo de Gardel, quien le grabó varias canciones y, en 1931, lo convocó a París para que musicalizara su película “Luces de Buenos Aires”. “Becho”, como le llamaban sus amigos, entabló demandas frente al plagio reiterado de “La Cumparsita”, himno de todos los tangos, y finalmente logró recuperar la autoría de la pieza, aunque el juicio terminó después que falleciera en 1948, en Montevideo.
Alberto Vila, uno de los más populares cantores de tangos uruguayos, viajó muy joven a la capital argentina, donde, entre otras actuaciones, hizo imitaciones de Gardel, con quien luego compartiría escenarios. Debutó en el emblemático Teatro Solís de Montevideo en 1927 y, luego, en el Coliseo de Buenos Aires, alternando su actividad artística en el “Troupe Ateniense”, con quienes grabó numerosos éxitos, con la de funcionario bancario en Uruguay.
En 1929 se dedicó por entero al tango, con piezas como “Adiós muchachos”, compartió escenario con la cantante Josephine Baker y participó en 12 películas, como actor y como cantor, entre ellas “La casa del recuerdo” (1940) con la estrella del momento Libertad Lamarque. Sorpresivamente, en 1948 dejó todos los escenarios, se hizo empresario y falleció en 1981.
Bajo el nombre artístico de Enrique Campos, en Buenos Aires, y de Eduardo Ruiz, en Montevideo, el uruguayo Enrique Inocencio Troncone (1913-1970) es otro de los cultores del tango de ambas orillas del río de La Plata, participando en distintos formatos. Compositor de famosos tangos, milongas, valses y candombes, en los años 50 y 60, Campos cantó en radio y televisión y dejó obras como “Que nunca me falte”, “Vieja esquina” y “El sueño del pibe”.
Similar trayectoria tuvo Carlos Porcal (luego conocido como Carlos Roldán), quien pudo viajar a Buenos Aires a probar suerte gracias a una colecta de sus amigos, pero al poco tiempo regresó a Montevideo. Con la orquesta Luratti-Tobía, viajó a Brasil, pero también debió retornar enseguida. De nuevo en Argentina, en 1933, cantó como solista, entre otras emisoras, en Radio Nacional, realizó giras por el interior de ese país y también en Uruguay, participó en varias comedias musicales y se incorporó a la orquesta de Francisco Canaro, entre otras.
Para muchos, uno de los más destacados tangueros fue Julio Sosa, nacido cerca de Montevideo, en hogar de trabajadores, con muchas dificultades, para luego convertirse a artista capaz de movilizar a multitudes con su canto. Muy joven cantó en cafés de Buenos Aires con varias formaciones hasta que su talento fue “descubierto” y, con la orquesta típica de Francisco Rotundo, grabó “Mala suerte” y “Bien bohemio”, en 1953, fecha en que se convirtió en “El Varón del Tango”.
Luego grabó con distintos grupos, “Cambalache”, “Tengo miedo” y muchas más y es reconocido también por haber “renovado” el tango en los años 60, cuando nuevos ritmos invadían las radioemisoras. Poco antes de morir, en un accidente automovilístico, publicó su único libro de poemas “Dos horas antes del alba”.
Expertos de Uruguay, donde el tema es siempre polémico, aseguran que Gustavo Nocetti (1959-2002) fue “el último gran cantor de tangos uruguayos con trascendencia internacional”, fallecido en Montevideo a los 43 años de edad, al igual que Julio Sosa, en un accidente de tránsito. A diferencia de sus antecesores, Nocetti comenzó muy joven en la incipiente televisión argentina, en el popular programa “Grandes valores del tango” y pudo compartir escenarios con Roberto “Polaco” Goyeneche, entre otros. Afirmó que solía escuchar los discos de Gardel “para aprender y no para imitar”.
Su primer disco fue “Naranjo en flor” (1978) y, en 1983, se incorporó a la Orquesta de Tango de la Ciudad de Buenos Aires, participó en grandes eventos internacionales y grabaciones de tango, incluidos tres CDs con la Orquesta Filarmónica de Montevideo. Fue especialmente activo en los años 90.
Desde luego, éstos no son los únicos, pero marcan una historia de tangueros uruguayos que aprendieron unos de otros hasta proyectar de manera diversa un canto rioplatense, con plena vigencia en la actualidad. En 2009, el tango fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y Uruguay, comprometido a promover un plan de salvaguarda que asegure su vigencia, creó el grupo de trabajo Tango-Ministerio de Educación y Cultura, integrado por reconocidos investigadores y especialistas.
Walter Santoro, de la Fundación Industrias Culturales Argentinas, viene promoviendo la creación de un “Centro de interpretación, trazabilidad e investigación del tango”, para luego establecer un Museo del Tango, lo mismo en Montevideo que en Buenos Aires. “La idea es que se rescate esa historia que compartimos en nuestras dos orillas”.