Fuente: Deutsche Welle Español
En entrevista con Deutsche Welle, Daniel Barenboim analiza las consecuencias del recrudecimiento del conflicto en Gaza y sus repercusiones en la orquesta West-Eastern Divan, que en 2014 celebra 15 años de trayectoria.
Deutsche Welle: ¿Qué balance hace de los 15 años de la orquesta West-Eastern Divan?
Daniel Barenboim: Artísticamente, muy positivo. Empezó como una orquesta juvenil de varios niveles de calidad, después se homogeneizó muchísimo y hoy día toca un repertorio enorme en escenarios muy importantes, como en el Festival de Salzburgo, Berlín, Londres… En el aspecto extramusical, el resultado es menos impresionante. La verdadera dimensión de la orquesta West-Eastern Divan se alcanzará solamente el día en que pueda actuar en Líbano, Siria, Jordania, Egipto, Israel, Palestina, Turquía e Irán, países de los que proceden sus músicos. Una vez tocamos en Palestina en 2005, pero eso hoy sería imposible.
La situación en Cercano Oriente se complicó el pasado verano. ¿Influyó este hecho en el encuentro entre los miembros de la orquesta?
Algunos de ellos dudaron querer venir. Al final, vinieron todos y los primeros días fueron difíciles, porque, en lo que se refiere a la guerra de Gaza, el relato israelí y el palestino no tienen nada en común. Hubo momentos bastante complicados. Pero no se puede esperar que un palestino tenga empatía por una familia israelí que sufre porque se siente amenazada ni que un israelí empatice por la barbaridad de lo sucedido en Gaza. Otra cosa es la compasión. Porque la simpatía o la empatía son reacciones emocionales, pero la compasión es una obligación moral. Yo les dije: ”Si hay aquí un israelí que no siente compasión para con los palestinos y un árabe que no tiene compasión hacia los israelíes, no tiene lugar en esta orquesta.” Una cosa es cómo interpretar los eventos de la historia y otra cosa es el deber moral de la compasión.
¿Se entabló debate entre los músicos?
Nuestro proyecto no es político, sino humano. Nosotros no buscamos que haya consenso político entre los miembros de la orquesta. Es imposible que lo haya entre 120 personas de aquella región, pero sí buscamos que acepten, indaguen y traten de entender la narrativa del otro, sobre todo cuando no se está de acuerdo con ella.
Hace poco, Deutsche Welle entrevistaba al escritor israelí Amos Oz. El mismo quiso dar inicio a la conversación, formulando una pregunta al periodista: “¿Qué haría usted si el vecino de enfrente se sentara en el balcón con su niño en brazos y se pone a disparar una ametralladora contra la habitación de sus hijos?” Sr. Barenboim, ¿tendría usted una respuesta para esta pregunta?
Mucha gente en Israel, no todo el mundo, sabe formular preguntas sobre la obligación del otro, pero no se hace preguntas sobre su propia obligación. Si hacemos historia, no podemos remontarnos al pasado mes de julio, sino mucho antes. La historia empieza, por ponerlo en un marco razonable, en la época de la Primera Guerra Mundial, cuando la población judía en Palestina era menos del 15 por ciento. ¿Cómo se llegó de esa situación a tener un Estado y que los palestinos se hicieran refugiados y se volvieran minoría en su propia tierra? Hay que hacer preguntas de ambos lados. Lamentablemente, en lo que se refiere al pasado, no hay una respuesta única y coherente que sea válida para ambos. De la invasión de Gaza, justificada o no, proporcionada o no, ¿qué es lo que ha quedado? Muchísimos muertos, incluyendo niños y un odio que va a ser muy difícil de eliminar en muchas generaciones. Se puede, aunque con dificultad, hablar del odio entre adultos. Pero del odio de niños… El resultado neto de la operación en Gaza es, para los palestinos, mucho sufrimiento, y para Israel, encontrarse en el mismo punto donde estaba antes…. Es lo que Felipe González, expresidente del Gobierno de España, llama un “empate permanente”.
¿Cree que ha habido un cambio en la percepción internacional del conflicto tras lo sucedido el pasado verano? Suecia anunció que reconocería a Palestina como Estado, Gran Bretaña ha llevado a cabo una votación simbólica al respecto, Francia anuncia planes de reconocer a Palestina si fracasa el camino hacia la paz…
La percepción internacional es importante, pero, al final, lo que más urge es la calidad de vida de la gente en la región. Cómo seguir viviendo en Gaza y también en Israel. En lo que a Israel se refiere, la presión por parte del exterior es bastante débil. Hay que decir las cosas como son. Si EE. UU. quisiera, podría resolver el conflicto en tres días ejerciendo presión sobre el Gobierno de Israel –no hablo del Estado de Israel, sino del Gobierno-. Porque todo el mundo occidental está comprometido con garantizar la existencia y la seguridad de Israel. Eso es justo, sobre todo después de lo que ocurrió en el Holocausto. Pero garantizar eso no asegura nada, sino solo ese “empate permanente” en el que todo el mundo sufre. Si la comunidad internacional tiene verdaderamente la preocupación, honesta, sincera y decidida, de ocuparse del destino judío, tiene que saber que, apoyando la política del Gobierno de Israel, solo va a lograr mantener el maldito “empate permanente”.
Usted lanzaba en 2010 una serie de líneas maestras para que EE. UU. enfocara el conflicto. El tiempo ha pasado ¿esperaba usted más de la política de Obama hacia Cercano Oriente?
Cuando recuerdo su discurso en El Cairo, pensé en ese momento que, por primera vez, se veía la luz al final del túnel. Pero la realidad no cambió en función de ese discurso. Más bien el discurso cambió desde entonces en función de la realidad.
El conflicto en Gaza ha pasado ya a un segundo plano mediático. ¿Teme que pase también a un segundo lugar en la agenda política, desplazado por las amenazas más acuciantes del Estado Islámico y la epidemia de ébola?
El mundo sufre, desde la caída del Muro de Berlín, del que ahora celebraremos los 25 años de su caída, de una falta de liderazgo. Durante la Guerra Fría, había un equilibrio. Después todo se volvió hacia un lado y Occidente actuó con un triunfalismo incontrolable, como si el capitalismo fuera la respuesta a todos los sufrimientos del mundo. Con la pérdida de hegemonía y autoridad moral de EE.UU., estamos en un momento en la historia único, que permite que diversos conflictos, como el del Estado Islámico, el terrorismo en Afganistán, la situación en Ucrania o el conflicto árabe israelí, permanezcan latentes, arrebatándose de cuando en cuando. Pero eso no es porque los líderes del mundo no se ocupen, es que, sencillamente, no tenemos liderazgo. Esa es la verdadera clave y es lo que estoy viendo desde la caída del Muro.
Sr. Barenboim, es usted uno de los músicos vivos más importantes, ¿por qué cree que, además de hacer su propio trabajo, es necesario comprometerse con los problemas del mundo?
Mi amigo Edward Said escribió un libro sobre ese tema, concretamente sobre el papel del intelectual en la sociedad. Said decía que el intelectual tiene la obligación moral de criticar al establishment. En lo que a la música se refiere, hay mucha gente, tanto intérpretes como público, que ven la música como algo maravilloso, que viven en una torre de marfil. A mí no me gustan las torres de marfil. Siento que es mi responsabilidad lo que hago con la orquesta West- Eastern Divan. La democracia que disfrutamos en esta parte del mundo nos da derechos, pero también responsabilidades.
¿Llegaría incluso a involucrarse en política?
No, absolutamente no. Lo que digo, lo digo por mi derecho como ciudadano de expresar lo que pienso. Y aquí entra el tema, muy peligroso, del antisemitismo. No puede ser que por criticar al Gobierno de Israel sea uno automáticamente considerado antisemita, porque no nos olvidemos de dos cosas: en primer lugar, los palestinos son tan semitas como nosotros los judíos. Y, en segundo lugar, se critica la actuación de un Gobierno, no la de un pueblo.
El director de orquesta Daniel Barenboim (Buenos Aires, Argentina, 1942) fundó la Orquesta West-Eastern Divan en 1999 junto al intelectual Edward Said. La orquesta reúne músicos procedentes de España, Palestina, Israel, Líbano, Siria, Jordania, Egipto, Turquía e Irán. Desde 1992 está al frente de la Staatsoper unter den Linden y desde 2011 dirige el Teatro de La Scala de Milán. Además, prosigue su carrera como solista de piano en los principales escenarios del mundo.