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Fue como un todo o nada
Vía: radio.uchile.cl | Por Rodrigo Alarcón L.
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En la tarde del 13 de marzo de 2018, David Medina llegó al Teatro Universidad de Chile para la audición en la que se escogería al nuevo solista en clarinete de la Orquesta Sinfónica Nacional. Llevaba menos de una semana en Santiago y se jugaba sus cartas: si se quedaba con el puesto, sería su nuevo hogar. Si no lo lograba, ya lo tenía decidido: no regresaría a Venezuela.
“Salí con todos mis ahorros. Con mi esposa y mis hijos fuimos a Perú, donde están unos familiares de ella, y yo vine a audicionar. Dependiendo qué pasara, me quedaba en Chile o me tenía que devolver a Perú”.
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David Medina hace el recuerdo exactamente un año más tarde, en el hall del mismo teatro, porque aquella tarde logró su objetivo. Obtuvo el puesto y en abril ya estaba tocando con la Sinfónica, la misma orquesta con la que el próximo viernes 22 y sábado 23 hará su debut como solista, en el primer concierto oficial de la temporada 2019.
Bajo la dirección de Helmuth Reichel, interpretará el Concierto para clarinete de Aaron Copland, en un programa que también contempla la suite Panambí, de Alberto Ginastera, y la siempre vibrante Consagración de la primavera, de Igor Stravinsky.
“Es una obra que Aaron Copland escribió para Benny Goodman, nada más y nada menos. Lo extraño es que en muchos lugares hay corcheas y él no coloca el swing, sino que luego lo escribe. Eso es un dilema y hay muchas interpretaciones. Hay artistas que hacen muchos arreglos, de manera muy libre. Otros dicen que tienes que hacerlo como está escrito. Dentro de lo tradicional, yo quiero hacer propuestas también”, adelanta.
Nacido hace 36 años en San Felipe, en el estado de Yaracuy, David Medina es fruto del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela. A los seis años comenzó a tocar el violín, como su madre, y a los diez lo cambió por su instrumento definitivo. “Yo tenía el ideal de mi tío, que era el clarinete solista en la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar. Quería viajar como él”, explica.
A los 12 fue seleccionado para la Sinfónica Nacional Infantil de Venezuela y luego integró orquestas como la Sinfónica de Juventudes de los Países Andinos y la Sinfónica Juvenil de las Américas. Pronto llegó a la Simón Bolívar, con la que tocó durante 17 años, giró por innumerables países y grabó con directores como Claudio Abbado o Gustavo Dudamel.
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“Con Gustavo fuimos compañeros de habitación, en los primeros años de establecimiento en Caracas, estudiando y tocando en la Bolívar. Vi toda esa faceta de él dejando el violín y tomando la batuta”, dice sobre el actual director de la Filarmónica de Los Ángeles, con quien se ha reencontrado durante sus recientes visitas a Santiago.
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David Medina puso todo ese bagaje a prueba cuando llegó a Santiago y se sumó a los 288 mil venezolanos que hoy viven en Chile. Ahora no solo es parte de la Sinfónica, sino que también se acaba de integrar como profesor al Instituto de Música de la Universidad Católica. “Han sido pruebas en todas las áreas de mi vida. Ser inmigrante no es fácil, menos en la condición en la que está mi país. Tienes que reordenar todo, pero ya tengo mi familia y mis dos hijos aquí y fue un año de metas logradas”.
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¿Por qué escogiste Chile?
Una de las cosas que inclinó la balanza es que ya había venido varias veces a tocar. Además, uno busca por internet cómo es la actividad y ustedes no lo ven, pero aquí están sucediendo cosas artísticamente interesantes. Cuando yo llegué, por ejemplo, me bajé del avión, dejé la maleta y fui al Municipal de Santiago, porque tocaba la Filarmónica de Viena con Gustavo Dudamel. Eso no pasa en cualquier lugar y uno valora esas cosas. No vi ese movimiento cultural en otro país.
Muchos venezolanos viven hoy en Chile. ¿No influyó eso también?
También, pero no tanto, porque mi objetivo es artístico. Además, me jugué todas las cartas. Hay colegas de otra nacionalidad que piden un año de permiso en sus trabajos y si no les va bien, pueden volver y tienen trabajo en su país. Yo fui prácticamente obligado a renunciar a la Simón Bolívar, la orquesta con la que crecí.
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¿Qué significa para ti haber sido parte de una orquesta tan emblemática?
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Soy un agradecido con Dios porque nací en Venezuela, por la oportunidad de aprender música a temprana edad, con profesores de alto nivel. Ser clarinete solista fue una exigencia de alto calibre. Las giras que hacíamos a Europa casi siempre terminaban en la Filarmónica de Berlín, con ese público, con los maestros de allá escuchando, con transmisiones en vivo. O sea, ahí tienes que tocar impecable. Es una exigencia fuerte, pero aprender de la mano de tantos maestros es una bendición. Son experiencias que quedan marcadas para toda la vida.
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Dejar esa orquesta fue doloroso entonces.
Por supuesto. Fueron 25 años sin parar, nunca salí del país a estudiar ni nada. Mi formación fue en Venezuela, todos los maestros de clarinete venían a Venezuela a enseñar. Cada año teníamos al menos tres maestros de alto calibre.
¿La crisis en Venezuela no te dejó otra opción?
Yo no quería salir del país, siempre tuve la fe de que iban a mejorar las cosas, pero los integrantes de la orquesta se iban y se iban. Entraba gente nueva y se volvían a ir, entonces se estaba transformando en otra orquesta. No se estaba desarmando, pero la familia, los que crecimos juntos, se estaban yendo y ya no éramos los mismos. Los motivos artísticos me impulsaron a tomar la decisión.
¿Qué sensación tienes acá cuando ves lo que ocurre en Venezuela?
Te lo puedo resumir en una palabra: impotencia. Ves las noticias, tanto las que salen acá como las del gobierno de (Nicolás) Maduro, las que saca el otro gobierno de (Juan) Guaidó, lo que te dice la familia y los amigos que están allá… es un cúmulo de información y llega un momento en que no sabes qué hacer ni en qué creer, cómo ayudar. Tienes que crear un filtro, porque si no, estás con la mente y el corazón allá. Creo que todos los venezolanos que están fuera están pasando por eso.
Por un lado siento esa impotencia, pero también estoy agradecido y feliz de estar aquí, en una orquesta en la cual me siento muy a gusto. Me han recibido como un miembro más de la familia. Está mi amigo Obeed Rodríguez (trombonista de la Sinfónica de Venezuela, también venezolano), con quien tocamos en la Bolívar, y también he aprendido. Estoy contento.
¿Te proyectas en Chile?
Esa es la idea ahora, espero estar aquí por un buen tiempo, si Dios quiere. Tengo muchos planes, sobre todo en el área de la enseñanza, y vamos a ver cómo se van dando las cosas.
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