Hay quien cree que para triunfar en la ópera es mejor estar gordo; de hecho, figuras como Pavarotti o la Caballé lo están. Ya en el Renacimiento se decía que para cantar bien hacían falta grandes pulmones, y por tanto una caja torácica y un cuerpo grandes. Además, en aquellos tiempos en que sólo los hombres cantaban, las voces agudas las hacían los castratti, que tendían a la obesidad (el descenso de testosterona favorece la inactividad), por lo cual se asociaba excelencia de voz con kilos de más.
Sin embargo, no hay evidencia científica de que el peso ayude a controlar la respiración o a proyectar mejor la voz. Es más, ahora que en la ópera ya no sólo se valora lo musical sino también las cualidades actorales, la obesidad puede ser un hándicap, como le ocurrió en 2004 a la soprano Deborah Voigt, excluida de Ariadna y Naxos porque con sus 120 kilos no era creíble en el papel.
Es cierto que la Callas adelgazó y ya no fue la misma, pero según la cantante Teresa Berganza, que la trató de cerca, “no perdió la voz por adelgazar sino porque conoció a Onassis y cambió de hábitos de vida”.