Vía: El Universal | Aniversario 104 | LORENA TASCA
El joven director, otro músico surgido del Sistema Nacional de Coros y Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, ha construido una sólida carrera, al punto de que hoy se encuentra entre las batutas de mayor prestigio internacional. Su nombre aparece al lado de la Melbourne Symphony, la Orquesta Nacional de Lyon y la Real Filarmónica de Londres.
Mientras la batuta está en movimiento en la mano derecha del barquisimetano Diego Matheuz, su voz es fuerte y segura. Los movimientos de su cabeza y sus brazos son severos y acompasados con la cadencia de las armonías.
Pero cuando al joven formado en el Sistema Nacional de Coros y Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, fundado por el maestro José Antonio Abreu, le toca hablar de su fructífera trayectoria internacional como director de orquesta y que cosecha a sus prematuros 28 años de edad, su porte cambia. La voz baja de tono y sus manos se aprietan entre sí, como si intentara controlar los nervios.
No se extiende en sus respuestas, sonríe con modestia y cuenta que sus inicios no fueron precisamente en la dirección.
Primero recibió clases. A los seis años de edad y por insistencia de su padre, quien también lo obligó a inscribirse, llegada su adolescencia, en la carrera de Administración.
Matheuz nunca asistió a esas clases universitarias, debido a que una vez que obtuvo el título de bachiller se mudó a Caracas. ¿La razón? Su destino estaba en la música.
Antes de convertirse en una de las figuras destacadas del Sistema, ingresó, con 10 años, al Conservatorio José Jacinto Lara, donde se inició con el chelo. Semanas después cambió al violín.
“Mi padre me dijo que el violín era lo mismo que el violonchelo, pero más pequeño. Me compró un violín chino que le costó mil bolívares de los viejos”, recuerda Matheuz, quien fue violinista de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, antes de convertirse en uno de sus directores.
Ahora, el violín no es parte del equipaje que lleva cuando viaja a Italia. Su compromiso desde 2011 con la Orquesta del Teatro La Fenice en Venecia -contrato de cuatro años que está por renovar- y otras invitaciones con orquestas como la Mozart, donde comparte la dirección con el maestro Claudio Abbado, lo han obligado a cargar con una maleta solo para partituras.
A la dirección llegó sin pensarlo. “Todo empezó porque me fui a hacer una audición al Conservatorio Superior de París como violinista; ellos escogían a tres personas y yo quedé de cuarto. Regresé a Venezuela un poco triste, hablé con el maestro Abreu, y lo primero que me preguntó fue: ‘¿Qué quieres hacer?’. Yo le dije que me interesaba tocar más como solista, hacer más música de cámara y él me preguntó: ‘¿No te llama la atención la dirección?’, y ahí empezó todo. Agradezco el sexto sentido de Abreu”, rememora Matheuz.
Unos días antes de la Semana Santa de 2005 tomó sus primeras clases con el mismísimo fundador del Sistema.
“Su cronograma era incierto, algunas veces me llamaba y me decía que en media hora teníamos una clase. Podíamos estudiar media hora o cinco horas continuas, otras veces lo acompañaba a almorzar o a misa y regresábamos a clases”, cuenta el joven que debutó como director en 2008 al frente de la Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar en Puerto Rico.
Así, el joven que compartió cancha y goles con Gustavo Dudamel -otro ídolo internacional de la cantera del Sistema en Barquisimeto- recuerda que la primera ópera que escuchó en vivo fue La bohéme de Giacomo Puccini, en el Teatro Teresa Carreño, a los 12 años de edad.
-Si Gustavo Dudamel es un referente sinfónico del Sistema, ¿cree que usted está destinado a ser la referencia en la dirección de ópera?
-La verdad, espero que no me encasillen, quiero que mi trabajo sea reconocido tanto en sinfónico como en ópera. La primera pieza que dirigí con La Fenice fue Rigoletto. Me parece hermosa y fue todo un reto porque en ópera el trabajo es mayor, no solo debes dirigir a los músicos, sino todo lo que pasa alrededor, la historia que se cuenta.
-¿Qué ventajas le ofrece como director el haber pertenecido a una orquesta desde la silla de un violinista?
-Para mí, el sonido de una orquesta proviene de los instrumentos de cuerda, y para un director es fundamental dominar la técnica de esos instrumentos. Otra ventaja es que estuve sentado durante muchísimos años en una orquesta y se cómo se mueve el melao.
–Hasta ahora, ¿cuál ha sido su momento memorable como director?
-Todos los conciertos con la Orquesta Simón Bolívar. Es algo especial porque es la orquesta con la que crecí y es maravillosa, suena genial. También guardo en un lugar muy especial el día que dirigí Rigoletto, porque fue la primera pieza que hice con la Orquesta del Teatro La Fenice.