La música, como cualquier disciplina artística, no se limita a generar una reacción de goce estético o danza catártica en quien la recibe, sino que el proceso de creación e interpretación de cualquier composición afecta en primer lugar al propio creador. Cualquier proceso creativo lo es al mismo tiempo de transformación personal y su influjo lleva asociada una larga lista de valores positivos que también moldean la partitura de nuestro carácter.
Sobre esta evidente capacidad de crecimiento personal asociado a la creación musical se asienta el trabajo de la Fundación Acción Social por la Música. Un proyecto que ayer pudimos conocer de la mano de Sara Illana, una de las responsables de la organización que, con motivo del inicio de la Semana de la Música, visitó ayer el Conservatorio Marcos Redondo para compartir con alumnos y profesores esta iniciativa que lleva ya dos años funcionando en nuestro país.
Su propuesta, basada en el sistema de orquestas creado por el maestro Abreu en Venezuela, consiste en utilizar todas las positividades pedagógicas de la música para convertirla en una herramienta contra la exclusión social y la pobreza infantil. “Montamos orquestas y coros de niños en barrios excluidos, proporcionando una educación musical, gratuita y colectiva”, explicaba a El CRisol esta joven pianista que compagina su labor en la fundación con su trabajo de concertista.
Más allá de los valores artísticos, Sara remarca que “no es un proyecto cultural para hacer orquestas y tener más programación musical, es un proyecto social. Lo que estamos haciendo es darle al niño más que un instrumento, una herramienta para que pueda desarrollar sus talentos y tenga una identidad y una salida” de un situación de marginalidad y pobreza que suele estar relacionada con alto índice de abandono escolar. “Puede que sean músicos de mayores o no, pero la meta es que la educación que les proporciona la música les permita poder llegar a escoger”.
Trabajo en equipo, respeto, coordinación, sacrificio, aprender a valorar el silencio… Estos son solo algunos de los valores que los niños aprenden en su contacto directo con la música, pero, como señala Sara, para poner freno a esta espiral de exclusión, el trabajo también debe implicar a las familias “creemos que es importante involucrar también a los padres porque en son los que les pueden animar a que sigan adelante”.
Banco de Instrumentos
En estos dos años que llevan trabajando en nuestro país, la fundación ha puesto su principal foco de actuación en Madrid, donde cuentan en la actualidad con tres proyectos en colegios ubicados en barrios problemáticos de la capital. Sin embargo, la joven responsable de Acción Social por la Música comenta que su intención es expandirse por el resto del país, algo que han comenzado a realizar con varios proyectos en Zaragoza y en Asturias. Pero “para poder continuar implantando el proyecto dependemos de la donación de instrumentos”, apunta.
La fundación cuenta para ello con un Banco de Instrumentos que se mantiene gracias las donaciones altruistas de la gente. “Lo bonito de este banco de instrumentos es que etiquetamos cada instrumento y tú puedes ver cómo está mejorando el niño que lo utiliza”, comenta Sara, remarcando la importancia de darse a conocer en conservatorios y orquestas “aquí hay mucha gente con instrumentos que se les quedan pequeños y, aunque los pueden vender, muchas veces se quedan guardados en el armario”.
Para facilitar estas donaciones, la fundación firmó un convenio con la empresa de transportes Seur, para que los interesados en colaborar con la iniciativa puedan enviar de manera gratuita sus instrumentos desde cualquier oficina del país.
Cada vez menos música en las escuelas
Uno de los cambios introducidos por la última reforma educativa ha sido convertir la música en una asignatura optativa, por lo que no será obligatoria en el curriculmun de los centros y verá considerablemente reducida sus horas lectivas. “Me daría mucha pena si me dicen que están quitando en Panamá, pero que se haga aquí en España, en Europa, que ha sido la cuna de esa civilización de música clásica, no lo entiendo”, apunta la joven pianista, remarcando que la capacidad de concentración, coordinación y cultura general que aporta la música no se puede obviar en la formación de los niños.
“Yo siendo música de orquesta, podría entender que recorten en orquestas o en programación de conciertos, pero recortar en educación musical no tiene sentido, más cuando vemos los sistemas tan potentes que se están dando en países como Noruega o Finlandia, que están sacando niños súper competentes”.
Además de una mayor sensibilidad en nuestro país respecto al valor formativo de la música, Sara también reclama “más responsabilidad social de ayudar al prójimo” y una mayor implicación con los problemas de nuestra comunidad. “Las comunidades se mejoran desde dentro, no podrá llegar nunca una inyección del gobierno que pueda resolver todo solo con dinero. Nuestro proyecto funciona bien cuando lo hacemos yendo al lugar, conociendo los problemas de la gente y desarrollando los programas a través de este conocimiento”.
Un modelo de trabajo que el sistema de orquestas implantado por el maestro Abreu en Venezuela, premiado con el Príncipe de Asturias en 2008, lleva 40 años desarrollando, habiendo alcanzado a alrededor de 600.000 niños que han encontrado en la música una vía de escape de la situación de pobreza extrema y violencia que se vive en las fabelas de la capital sudamericana. “Nosotros seguiremos trabajando para que los 2,6 millones de niños que viven bajo el umbral de la pobreza en nuestro país, también puedan encontrar una salida a través de la música“.