Vía: www.lanacion.com.ar/Por Pablo Gianera | LA NACION
En A Pianist’s A-Z: A Piano Lover’s Reader, raro ensayo bajo la forma de un diccionario, Alfred Brendel, ya retirado de los escenarios, anotó: “Un violín es siempre un violín. El piano, en cambio, es un objeto sometido a transformaciones. Esta propensión a la metamorfosis, esta alquimia, constituye su mayor tesoro”. Brendel tiene razón, claro, pero también es cierto que a partir del último tercio del siglo XIX el piano se estabilizó con la forma que conocemos. Algún pianista podrá incursionar en un fortepiano anterior, pero el piano de concierto de elección de casi todo intérprete es el Steinway D-274, fabricado por primera vez en 1884. Este panorama podría cambiar. Daniel Barenboim sorprendió ayer al mundo con la presentación de un nuevo instrumento al que definió como “radicalmente diferente”
Es conocido el espíritu fáustico de Barenboim. No se demora en ningún punto fijo, en ninguna comodidad. Hasta ahora ese espíritu se manifestaba en su actividad pública y en su repertorio, aunque nadie habría imaginado que alcanzara a la modificación técnica de su instrumento. Pero el maestro en la música lo es también en la sorpresa.
Barenboim presentó su “nuevo” piano en el Royal Festival Hall de Londres en una breve y reducida conferencia de prensa. No sólo lo presentó con palabras: tocó un pasaje (no más de 30 segundos) del movimiento lento de la Appassionata de Beethoven en un instrumento “convencional” y en el recién construido. Las opiniones estuvieron dividas: algunos quedaron conmovidos y otros no notaron diferencias significativas, o por lo menos diferencias no mayores a las que existen entre un piano y otro cualquiera. Después de todo, los pianos son un poco como los vinos: no hay uno igual al otro y todos cambian con el tiempo.
La idea nació en septiembre de 2011, en Siena, Barenboim tocó allí un grand piano restaurado que había pertenecido a Franz Liszt. Tal vez porque alteró un hábito, o porque encontró algo que buscaba hacía tiempo, recibió ese sonido como un rayo. Otro pianista habría dejado las cosas ahí. Pero Barenboim es un músico fuera de serie. No quería inventar “otro” instrumento; la fantasía era articular el poderío del instrumento moderno con, en sus palabras, “la transparencia y la claridad tímbrica” del viejo piano de Liszt.
El piano “nuevo” fue diseñado por el belga Chris Maene, con la supervisión de Barenboim y el apoyo justamente de Steinway. La diferencia principal con el Steinway D-274 consiste en la disposición estrictamente paralela de las cuerdas, en lugar de la disposición “cruzada”, lo que trae consigo modificaciones en la tabla armónica, los puentes e incluso los martillos. El sonido que produce el nuevo piano implica a la vez un reacomodamiento del intérprete. “Hay una relación diferente entre los dedos y las teclas -explicó Barenboim-. Y la transparencia del sonido obliga a repensar el uso del pedal. Llevo seis semanas con el piano, pero tardé en acostumbrarme. Por lo general, me adapto rápido a los instrumentos. En este caso fue diferente.”
¿Hacía falta un piano distinto? Es muy pronto para responder esta pregunta, y además el propio Barenboim se apuró en señalar que el nuevo piano (que lleva su nombre propio) era una simple posibilidad. “Seamos claros: no hay nada malo en el Steinway. Es maravilloso y homogéneo. Este instrumento ofrece una alternativa y, como todo en la vida, tiene sus ventajas y sus desventajas.” Aun así, la situación no es la misma que cuando un pianista opta para cierto repertorio por un Bösendorfer en lugar de por un Steinway. No puede ocultarse que su entusiasmo con el piano antiguo partió de una insatisfacción con el moderno y, en ese sentido, habría que recordar que, ya desde Bartolomeo Cristofori, su creador alrededor del 1700, existe una relación causal entre pensamiento musical, interpretación e invención tecnológica. Barenboim pareció confirmar esta idea: “Tengo que sentirme «inspirado» por el piano”. El instrumento no es una herramienta neutral; por el contrario, también le propone posibilidades al intérprete.
El pianista cree que no es el único que quiere “algo más” de un piano. Por ahora, son pocos quienes podrán probar el flamante “Barenboim”. No hay más que dos: uno en manos del maestro argentino y el otro en poder de Maene. Su precio es incierto, aunque hay especulaciones de que si un Steinway D cuesta 150.000 euros, el “Barenboim” podría en principio costar el triple.
A partir de mañana y hasta el 2 de junio, Barenboim tocará en Londres el ciclo entero de las sonatas para piano de Franz Schubert, que grabó hace poco en piano “convencional”.
Debussy buscaba trascender el instrumento; soñaba con un piano sin martillos. Es probable que esta invención de Barenboim esté influida por su tarea en la dirección de orquesta y su auténtica obsesión por la transparencia y la diferenciación nítida de planos. Resulta difícil decidir si la música para piano de Schubert es la más indicada para poner a prueba el nuevo instrumento. Pero ¿quién dudaría del maestro? Y él dijo también algo más: “Es como cuando uno se enamora? Quiero ir a todas partes con este piano. Tocar todo lo que pueda”