Vía: www.la-razon.com/Gemma Casadevall – EFE (Berlín)
Katharina Wagner, bisnieta del compositor Richard Wagner, vivió el pasado fin de semana su gran reválida en el prestigioso Festival Richard Wagner de Bayreuth, en la región alemana de Baviera. Además de iniciar su primera edición como directora del festival, presentó la ópera Tristán e Isolda como directora escénica. Todos los asistentes al teatro que el compositor hizo construir en 1876 para representar exclusivamente sus obras tenían los ojos puestos en Katharina, de 37 años, crecida en este templo wagneriano y heredera universal del imperio tras años de disputas internas en el clan. Y su versión de Tristán e Isolda —que se mostró minimalista y opaca en lo escénico y desesperadamente pesimista en el mensaje— triunfó rotundamente.
Fue una victoria al segundo intento. Las ovaciones que Katharina recibió de tan elitista público —encabezado por la canciller de Alemania, Angela Merkel— tal vez compensen los abucheos atronadores que cosechó por su versión de Los maestros Cantores de Nuremberg en 2007, cuando su padre, Wolfgang Wagner, aún ejercía como patrón de la empresa familiar. De aquella recordada quema solo se salvó la batuta de Kirill Petrenko, recientemente elegido director de la Filarmónica de Berlín.
El éxito también resultó ser un triunfo sobre un mito, pues en la memoria de Bayreuth aún brilla el Tristán que en 1993 presentó Heiner Müller. El dramaturgo, crecido en la Alemania comunista, llegó a la conservadora Baviera como enemigo y acabó encumbrado como un héroe por un festival al que él mismo había tachado de filonazi, recordando los años en los que los Wagner se sometieron incondicionalmente a Adolf Hitler.
Esta última versión de Tristán e Isolda, con Christian Thielemann —quien desde hace un par de semanas es el director musical del festival— a la dirección musical, es el único estreno que se podrá presenciar esta temporada, que se prolongará hasta el 28 de agosto, en Bayreuth. Las demás óperas son reposiciones, entre las que destacan El anillo del Nibelungo por Frank Castorf, Lohengrin por Hans Neuenfels y El holandés errante por Jan Philipp Gloger.
Los preámbulos del estreno quedaron empañados, además, por una de las tradicionales intrigas de Bayreuth, que, desde que murió el gran patriarca Richard, despiertan casi tanta expectación entre el público como la música en sí. Esta vez, los rumores se cebaron en la retirada de Eva, quien codirigió el festival con su hermana Katharina desde la muerte de Wolfgang en 2010. Al parecer la relación era muy mala entre ambas, al punto de que el fichaje del muy prestigioso Thielemann lo cerró Katharina hace ya cuatro meses, pero lo mantuvo en secreto hasta que se quitó a su hermana de encima y pudo anotarse el tanto ella sola. La perfecta ejecución de la orquesta durante la representación de Tristán e Isolda dejó claro que Thielemann llevaba trabajando con el grupo bastante más que un par de semanas.
En Bayreuth existe además un muy completo y famoso museo dedicado a mayor gloria de Richard Wagner. Es un lugar único para explorar la vida del compositor y las tan discutidas relaciones de sus herederos con el nazismo. Estuvo cinco años cerrado al público por reformas y se ha reabierto ahora, coincidiendo con el festival.
Nazismo. El museo se aloja en la Casa Wahnfried, la villa a la que se trasladó el músico con su esposa Cosima, que se construyó en 1872 gracias al mecenazgo del Luis II de Baviera, llamado El Rey loco, y por donde pasaron, tanto los continuadores de la saga Wagner como invitados especiales, incluido Adolf Hitler.
Como casi todo en Bayreuth, la casa quedó hasta hoy contaminada por el dictador nazi y su alianza con la familia Wagner. “La confrontación con figuras y obras ambivalentes forman parte de nuestra cultura y de nuestra tradición”, indicó la ministra alemana de Cultura, Monika Grütters, durante la inauguración, quien también resaltó que —polémicas políticas aparte— lo que allí se exhibe tiene un tremendo valor para la historia de la música en general y de la ópera en especial. Pero es cierto que la importantísima producción operística de Wagner ha quedado marcada por el antisemitismo que el autor expresó en su manifiesto El judaísmo en la música y que le convirtió un siglo después de su muerte en el compositor idolatrado por el nazismo, al parecer, con la aquiescencia de su familia.
La Casa Wahnfried no quiere esconder la realidad y dedica un buen espacio a este polémico —si no vergonzante— pasado político de la familia. Pero también exhibe partituras, objetos personales y varios de los pianos originales en los que compuso Wagner y recorre la figura de algunas de las mujeres de la familia hasta llegar a Katharina, de la que es de imaginar que aparezca ahora, también, como exitosa directora escénica.