El estudio de los efectos de los los sonidos en el cerebro permite comprender cómo y por qué reaccionamos ante ellos. También es posible valorar sus efectos terapéuticos en entornos laborales o su contribución en el gasto y la eficiencia sanitaria
Vía: CTXT / OBSERVATORIO SOCIAL “LA CAIXA” | Agradecidos con Carlos Luengo por compartir este interesante artículo
Los estudios que relacionan la música y la felicidad son muy antiguos. Darwin sostenía que la música desempeña un papel muy importante, por ejemplo, en la producción de emociones humanas. Otros autores señalan su importancia a la hora de fomentar la solidaridad, el altruismo o el trabajo en grupo.
Más recientemente, el estudio de la relación entre música y felicidad, mediante los efectos que producen los sonidos en el cerebro, parte de ciertos principios básicos de la neurociencia y su objetivo es comprender cómo y por qué reaccionamos ante ella. A partir de esto, es posible valorar, por ejemplo, sus efectos terapéuticos en entornos laborales, así como su contribución en el gasto y eficiencia sanitaria.
La música y el cerebro
La música estimula partes del cerebro muy cercanas a las emociones, lo que puede traducirse en los “escalofríos musicales” que sentimos cuando nos gusta particularmente a una canción. La música puede también “contribuir a la solidaridad grupal, fomentar el altruismo, mejorar la eficacia de las acciones colectivas [y] coordinar el trabajo en grupo”. En el futuro, la estrategia empresarial podría apoyarse sobre una forma de “terapia musical” para aumentar la productividad de los trabajadores.
La música disminuye además las enfermedades cardiovasculares. Puede activar todas la áreas conocidas del cerebro así como el sistema neuronal. Tiene también un impacto sobre la memoria, cuando escuchamos una canción que ya conocemos, en el lenguaje cuando cantamos, por ejemplo, y en los movimientos, cuando nuestro cuerpo reacciona y sigue el ritmo de la música.
Estudios realizados en 2001 por los investigadores Anne J. Blood y Robert J. Zatorre señalaron que las respuestas emocionales a la música ocupan las mismas áreas cerebrales que otros estímulos. Para llegar a estas conclusiones, observaron cómo una música agradable y otra desagradable interfieren en el cerebro. El uso de la disonancia fue determinante en esta experimentación. Con el uso de la tomografía para sacar imágenes cerebrales, trazaron un mapa gracias a las reacciones neuronales a respuestas positivas que se manifiestan físicamente como “escalofríos musicales”. Este mapa es muy parecido a imágenes similares a la euforia y emociones placenteras derivadas del consumo de cocaína.
Mediante el empleo de técnicas para la obtención de imágenes cerebrales (tomografías por emisión de positrones o Positron Emission Tomography, PET), trazaron un mapa de las actividades cerebrales que intervienen en el procesamiento de la música y analizaron la reacción neuronal a respuestas altamente positivas. Observaron que el patrón de actividad cerebral obtenido con los escalofríos provocados por la música es similar al que se ve en los estudios de imágenes cerebrales sobre la euforia y las emociones placenteras derivadas del consumo de cocaína en sujetos adictos a esta sustancia. Una correlación con música disonante se traduce en emociones negativas en las mismas zonas.
La noción de placer influye sobre la actividad electrodérmica, la frecuencia cardiaca y respiratoria, la temperatura del cuerpo y la presión arterial. Son una consecuencia de la excitación emocional. Estudios más recientes realizados por V. N. Salimpoor prueban que escuchar música produce la secreción de dopamina en la región del núcleo caudado y del núcleo accumbens, que son responsables de las respuestas psicológicas y fisiológicas del placer musical.
Ser activo en el proceso musical es también un factor muy interesante sobre el efecto cerebral. Un estudio de Dunbar en 2012 demostró la importancia de tocar un instrumento y cantar en la liberación de endorfinas, u “hormonas de la felicidad”. Este proceso no pasa cuando solamente una persona escucha a música.
Desde los años treinta, los investigadores se interesan por la correlación entre el trabajo y el uso de la música. En los Estados Unidos, R. B. Hersey estableció una relación entre el rendimiento laboral positivo y los estados emocionales en su estudio Worker’s Emotions in Shop and Home, de 1932. R. L. Cardinell demostró en 1948 que los ritmos alegres permitían la prevención de los efectos de la fatiga.
Estudios más recientes reforzaron la tesis de que la música puede también actuar contra el estrés laboral. H. L. Lai y Y.M Li, en 2011, investigaron sobre la utilización de la música en una muestra de enfermeras para analizar sus índices psicológicos y fisiológicos. Observaron a algunas que permanecían sentadas en silencio en una silla, cuando otras podían elegir entre seis diferentes tipos suaves de música y clasificarlos con respecto a sus preferencias. Los investigadores pudieron hacer correlaciones entre la preferencia musical y los parámetros fisiológicos, como la frecuencia cardiaca, la presión arterial y la temperatura de los dedos, y mostraron que el uso de la música siempre provoca mejores resultados que permanecer en reposo.