Este mes los visitantes de una exhibición sobre objetos creados con impresión 3D en Nueva York verán -y escucharán- el violín piezoléctrico, uno de los instrumentos musicales más radicales que hayan sido creados. Aunque sólo saliera de una impresora.
El instrumento de dos cuerdas es un invento de los arquitectos Eric Goldemberg y Verónica Zalcber, del estudio MONAD, en Miami, en colaboración con el multinstrumentista Scott F. Hall, quien ha estado imaginando nuevas formas de fabricar instrumentos exóticos desde los años 90.
“Nuestro deseo de crear instrumentos inusuales surgió cuando nos dimos cuenta de que los aspectos técnicos y estéticos a los que nos enfrentábamos como arquitectos no distaban mucho de las inquietudes de músicos y compositores”, dice Goldemberg.
Zalcber y él se interesaron en explorar “una nueva concepción de la funcionalidad básica del violín”, y el instrumento -que será exhibido junto a otros curiosos especímenes sonoros, que incluyen su versión del cello, la “hornucopia” y el “monobaribasitar” de Hall- es el resultado de una exhaustiva investigación en diseño y computación, en la que participaron “músicos, lutiers, compositores y artistas interactivos de todo tipo”.
Y Goldemberg apunta que el de dos cuerdas sigue siendo esencialmente un violín que cualquiera puede tocar.
“Como con cada uno de nuestros instrumentos, una cierta funcionalidad y estructura ergonómica se mantiene: por eso es que llamamos violín a nuestro violín; y a nuestro cello, cello”.
“Hay un criterio físico estándar de composición que debe mantenerse y suena muy similar a lo que uno se espera. Más o menos como los instrumentos de cuerda clásicos”.
Añade Goldemberg que, por otra parte, el instrumento posee un carácter propio, producto de los materiales y métodos con los que se hace.
“Imagina la tonalidad de una guitarra clásica comparada a la de una guitarra eléctrica Les Paul: en un sentido suena igual, pero aun así son muy diferentes”.
“La innovación en el diseño de instrumentos debe tener un balance entre hacer un homenaje a la historia y la tradición mirando, al mismo tiempo, audazmente hacia el futuro”, dice Goldeberg.
He aquí algunos de los más fascinantes predecesores del violín piezoeléctrico (y que no salieron de una impresora).
La armónica de cristal
Si alguna vez has mojado un dedo y lo has pasado alrededor del borde de un vaso conocerás el fenómeno sonoro que se ha utilizado como principio para hacer música desde el siglo XII en China.
El efecto fue observado por Galileo en la época del Renacimiento y, para la década de 1740, los instrumentos elaborados a partir de vasos afinados con agua se popularizaron gracias al irlandés Richard Pockrich, quien los bautizó “órganos angelicales”.
En 1745, el compositor Christoph Willibald Gluck sorprendió a las audiencias europeas con un instrumento elaborado bajo el mismo principio de los vasos con agua, al que llamó el “verrillón”.
Fue uno de esos “órganos angelicales” el que escuchó Benjamin Franklin en 1761, mientras visitaba Londres.
Franklin quedó encantado y se dispuso a inventar un instrumento basado en el mismo principio.
Asumiendo que el tamaño y el grosor de cada vaso determinarían el tono deseado, sin necesidad de llenarlos de agua, encargó a un vidriero la elaboración de un juego de vasos que pudieran anidarse unos dentro de otros y luego montarse en un eje giratorio operado por pedal, como el de una máquina de coser.
Y así nació la armónica de cristal, también conocida como el “órgano de tazones” o “hidrocristalófono”.
Treinta años después, Mozart lo escuchó sonar en un concierto de la sensacional intérprete invidente Marianne Kirchgaessner (1769-1808) y quedó tan inspirado que compuso el “Adagio en do mayor” para un solo de armónica de cristal, combinado con flauta, oboe, viola y cello.
Beethoven fue otro de los grandes compositores que también creó obras para la armónica de cristal. Sin embargo, cuando la música clásica empezó a salir de las íntimas cámaras, la delicadeza cristalina de su sonido ya no fue adecuada para los salones de concierto más amplios y poco a poco cayó en desuso.
El octobajo
El compositor Hector Berlioz fue un ferviente admirador del octobajo, un gigantesco instrumento de tres cuerdas, tal como lo indicó en su famoso tratado sobre orquestación.
Con casi 3,5 metros de alto, fue inventado a mediados del siglo XIX por Jean-Baptiste Vuillaume y es esencialmente un contrabajo (que ya con sus dos metros de alto es el gigante gentil de las sinfónicas).
Su registro es una octava más grave, sus cuerdas mucho más gruesas, requiriendo un elaborado juego de pedales para poderlo tocar.
Y es además muy grande para las manos de simples mortales. “Tocarlo es una experiencia surreal: se siente uno como ‘Alicia en el País de las Maravillas'”, dice el contrabajista Nico Abondolo.
El theremín
Desarrollado en un laboratorio de química soviético durante una investigación sobre sensores de proximidad, este instrumento lleva el nombre de su inventor ruso, Leon Theremin, quien lo patentó en EE.UU. en 1928.
Conocido originalmente con el nombre de “eterófono”, el theremín fue uno de los antecesores de la electrónica en la música.
Es probablemente el único instrumento musical que se “toca” sin contacto físico. Incluye dos antenas que pueden detectar la posición relativa de las manos del thereminista, con las que controla tanto la frecuencia como el volumen.
Las notas más altas se ejecutan al acercar la mano a la antena del tono, mientras que las notas más fuertes se logran al alejar la mano de la antena del volumen.
Quien lo utiliza debe además “tocar los silencios, al igual que las notas”, tal y como apuntó alguna vez la estelar ejecutante Clara Rockmore. En un instrumento de contacto, basta con dejar de tocar o con detener el resonador para producir el silencio.
Dmitri Shostakovich y Percy Grainger se encuentran entre los compositores clásicos que se han sentido atraídos por el theremín, cuyo sonido fantasmal también ha resultado irresistible para compositores para la pantalla.
Miklós Rózsa lo utilizó memorablemente en “Recuerda” (Spellbound) de Hitchcock y en “El fin de semana perdido”, de Billy Wilder. También aparece en la partitura de “El día que se paralizó la Tierra”, de Bernard Herrmann, y en el tema musical de la serie de culto británica para televisión “Midsomer Murders”.
Podría parecer que la música del theremín no tiene un campo muy amplio, pero ha tenido un impacto incalculable en el panorama sonoro del siglo XX.
El gran pionero de la música electrónica, Robert Moog, estaba aún en secundaria cuando, embelesado, comenzó a construir sus propios theremines, en los años 50. Más tarde diría que lo aprendido en esa experiencia lo llevó directamente a desarrollar su revolucionario sintetizador.