«Diva» viene de divina y «La divina» por excelencia fue María Callas, que volvió a poner de moda el término que se aplicaba a las grandes de la ópera del siglo XIX. Dentro de la cultura camp, la pasión por las «prima donna» fue extendiéndose al mundo del teatro (la divina Sarah Bernhardt) y el cine (la divina Greta Garbo), vulgarizándose el apodo de las más egregias y sublimes a cualquier estrella temperamental, objeto de culto por sus fans.
Cuando comenzó a recibir el apelativo de «La divina» por su interpretación de «Aida» en la Scala de Milán, la Callas era una mujer gruesa y corpulenta, pero con una voz de soprano privilegiada y el temperamento dramático idóneo para representar a las románticas heroínas del bel canto italiano. Fue súbitamente, en 1954, al conocer a Audrey Hepburn en Roma, cuando decidió adelgazar. En poco tiempo perdió 36 kilos y adecuó su figura a personajes como la tísica Violeta, reinventándose como la diva absoluta. De aquella cantante con una excepcional tesitura de voz emergió una sofisticada y glamourosa mujer vestida por Dior. A la edad que la divina Greta Garbo se retiraba del cine, reapareció María Callas con una figura estilizada y una presencia magnética en «La traviata» que subyugó al cineasta Luchino Visconti.
Su ego, del tamaño de una catedral gótica, sumado a un temperamento explosivo hicieron de la Callas un fenómeno arrollador en los años 50. Fue en México, cantando «Aída», cuando emitió su famoso «Mi bemol», conocido como «el agudo de México».
Sus desplantes, caprichos de «prima donna» y trifulcas con los directores coinciden con su momento de esplendor. En 1959, la Callas deja a su marido, del que había tomado su apellido, Meneghini, al enamorarse de Onassis en un crucero por las islas griegas.
Abandonada a la molicie de una disipada vida social con la jet set, vivió una tortuosa relación sentimental ampliamente difundida por la Prensa, lo que unido a su adelgazamiento afectó a su voz. Son los años de sus desplantes en la Scala y el MET y de su decadencia vocal, agudizada por la crisis con Onassis, que se casó por sorpresa con la viuda del presidente Kennedy, sumiendo a la Callas en la desesperación. Un engaño que nunca le perdonó.