Vía: El Economista.mx | Ricardo Pacheco Colín
El pensador ginebrino Jean-Jacques Rousseau (1712–1778) ya tiene su ópera, cuyo título es JJR (Citoyen de Genève) o JJR (Ciudadano de Ginebra), que desarrolla los aspectos filosóficos más importantes del pensador suizo, claro, sin dejar de lado su vida amorosa.
Pues si en lo intelectual el personaje en cuestión fue un torbellino, su vida pasional se convirtió en algo así como un tobogán que empezó a los 16 años de edad. La obra se estrenó ayer en el Gran Teatro de Ginebra a propósito de los 300 años del nacimiento del ilustre personaje.
JJR (Citoyen de Genève), cuya temporada se prolongará hasta el 24 de este mes, posee un sugerente subtítulo: “Ópera en un acto o divertimento filosófico en siete escenas más una de comedia ligera”. El compositor francés Philippe Fénelon, el libretista británico Ian Burton y el director canadiense Robert Carsen son quienes se encargaron de recrear la vida de JJR al lado del Coro del Gran Teatro y el Ensamble Contrechamps. La dirección musical corre a cargo de Jean Deroyer.Es una ópera de dos horas de duración. En ella aparece un trío de Rousseaus ubicados en tres momentos clave de su vida. Escenas interpretadas por tres cantantes (a quienes vemos aquí en la foto): Edwin Crossley-Mercer (será Jean-Jacques a los 21 años), Rodolphe Briand (a los 66) y Jonathan de Ceuster (a los 12). Isabelle Henriquez encarnará a Thérèse Levasseur, mujer a la que JJR toma como pareja y con quien procrea cinco hijos.
Rousseau es el autor de El contrato social, obra publicada en 1762, cuya trascendencia todavía tiene impacto en nuestras sociedades contemporáneas. Si no habría que revisar el Capítulo IV del Libro IV, en el que el ginebrino habla de la compra y la venta del voto que ya ocurría desde la época de los romanos y que hoy practican casi todos los partidos. Al respecto, criticaba a los romanos: “Las tribus de la ciudad que estaban más a la mano fueron a menudo más fuertes en los comicios y vendieron el Estado a los que compraban los votos de la canalla que componían aquellas”.
Por cierto, esta obra le valió a JJR su expulsión de Francia. Además, se considera que las ideas expuestas en este libro fueron el germen de la Revolución Francesa (y de la Comuna de París). En este texto se establece que la República es la forma perfecta de gobierno, que la soberanía recae en la voluntad del pueblo y que los soberanos son representantes del mismo.
Si Gandhi, Einstein, Moctezuma y hasta Santa Anna -por mencionar algunos cuantos- tienen una ópera, por qué no alguien como JJ Rousseau. El ginebrino fue un espíritu demasiado inquieto y de una creatividad excepcional: filósofo (amigo de Diderot y d’Alembert, aunque luego se peleó con ellos), maestro (escribió Emilio), botánico, autor de dramas (Narcisse) y fue de los primeros críticos que escribieron artículos sobre música, también compuso óperas como Le devin du village (El adivino de la aldea).
Asimismo fue autor de música, pero como era ave de tempestades, especialmente los franceses lo tachaban de “falso”, “bribón”, “fracasado”, “italianizante”, “mediocre”… A lo que JJ Rousseau respondía con auténticas cargas de profundidad. Algunas de las más leves eran de este calibre: “No hay ni compás ni melodía en la música francesa, porque la lengua francesa no es susceptible de eso, porque el canto francés no es más que un continuo ladrido”. Empezó su carrera ascendente en Dijon, en 1750, cuando escribió su Discours sur les Sciences et les Arts (Discurso sobre las ciencias y las artes), ensayo premiado por la Academia y que le acarreó cierta fama.
En 1754 escribe Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, del cual Voltaire, al recibirlo, comentó agradecido: Es un “nuevo libro contra el género humano”. Redacta muchos otros textos y cartas incendiarias que provocan que tenga que huir de un lado a otro de Europa hasta que la muerte lo alcanza en Erménonville en 1778.
En fin, en la vida de JJR hay mucho material no sólo para una, sino para varias óperas, novelas, películas, dramas. Siempre con el sentido gozoso que le daba Rousseau a la existencia: “Quitad de los corazones el amor por lo bello, y habréis quitado todo el encanto a la vida”.