Vía: revistadominical.com.ve | Por: Paula Ortiz Vidal |
Sacrificio profesional. (Créditos: Patrick Dolande)
La Orquesta Simón Bolívar es la joya de la corona de un Sistema Nacional con más de cuatro décadas de fundado. Pertenecer a esta institución no solo es unhonor, sino también una cadena de sacrificios
A los 11 años, Gaudy Sánchez se mudó de su casa. Todas las noches llamaba desde un teléfono fijo, de esos que se marcaban con rueda, para reportarse con su mamá. Vivir de lunes a viernes en San Cristóbal le permitía estudiar en el núcleo del Sistema Nacional de Orquestas de la capital tachirense, entonces recién inaugurado. En su natal San Pedro del Río, se había limitado, desde los 9 años de edad, a tocar el genis en la banda del pueblo, un instrumento que le resultaba aburrido.
Hoy, con casi 22 años dentro del Sistema, se jacta de ser uno de los músicos de la Orquesta Simón Bolívar con más tiempo en la institución y ocupa el puesto de Director de la Academia Nacional de Trompeta. No solo su vida profesional ha sido dedicada exclusivamente a la música: algunas novias han estado dentro de la orquesta. Cuando se acaba la relación, “tocan afinadísimo”, bromea, pues para Gaudy, desde la infancia, “el Sistema fue una prolongación de su familia”.
Le encantaba el fútbol, pero por la trompeta lo dejó. Los juegos pasaron a ser entre ensayos, con otros músicos, como un joven Dudamel, entre los que organizaban caimaneras o partidas de metras y trompo.Perderse algunas bodas de sus primas (y compensarlas con un buen regalo a su regreso de las giras), fue otro pequeño precio para tantas satisfacciones. Recuerda que en 1998 hizo su primer viaje a París con la orquesta infantil. “Frente a la Torre Eiffel yo decía, Dios mío, qué maravilla, gracias a Dios, gracias Maestro Abreu, gracias al Sistema, quién sabe si podamos venir de nuevo… y hemos venido nueve veces más”, dice campante.
“Estamos formando la nueva Orquesta Sinfónica Infantil de Venezuela, con niños menores de 11 años –cuenta quien se encargó de seleccionar a los músicos-. Hay un niño maravilloso que no quiere venir porque no quiere dormir sin su mamá, pero estamos trabajando fuertemente con psicólogo para que él pueda entender que va a tener un desarrollo grandísimo”.
Músico de Guardia
Cuando Gonzalo Hidalgo se mudó de Barinas para estudiar en la UCV, muchos fueron los días que apenas podía dormir tres horas. Nadie le dijo que estudiar Medicina y ser músico de la orquesta más importante del país serían tareas fáciles de compaginar. “Mi querido, no irás a dejar la música, ¿no?”, recuerda que le dijo el Maestro Abreu. “Eso es imposible, no te vas a poder graduar”, recuerda que le dijeron algunos profesores de la Facultad. Pero él lo intentó. Y lo logró.
Desde 1996, Gonzalo toca el fagot y desde el año 2000 es un músico de la Bolívar. “Entrar en ese momento en la Orquesta era casi como un sueño intocable”, cuenta, pues para aquel entonces aún la plantilla era muy reducida.“Vengo de una familia mayormente gocha, todos están graduados, había una tradición académica y cuando les decía que yo era músico, pensaban que era un pasatiempo”.
El boom de la orquesta, las giras en escenarios importantes lo agarró en esa encrucijada en que estaba pensando en dejar la música y dedicarse a la medicina, pero una vez dentro, ¿cómo iba a dejarlo? Seguía parándose para estar en el hospital a las 7:00am, ensayar de 11:00am a 2:00pm, volver a la facultad para ver clases, hasta las 6:00pm, que salía a su casa a hacer algún trabajo o a cubrir guardia hasta la mañana siguiente.
Se encontró también con muchos profesores que lo apoyaron. Presentaba los exámenes antes o después que el resto del grupo, de forma oral, para poder asistir a los conciertos. Cuando le coincidía día libre en la Facultad y en la Orquesta, apagaba el teléfono y se daba el lujo de dormir 8 horas. Ahora, ya graduado y ejerciendo la medicina, la música está marcando su ritmo, hasta que en el 2017 empiece el postgrado en Otorrinolaringología y, nuevamente, reanude la locura.
Ocho meses tenía su bebé cuando a Galaxia Zambrano le tocó salir de gira con la Orquesta Simón Bolívar, por primera vez después del nacimiento de su primogénito. Ella no duda al decir que lo más difícil es no pasar todo el tiempo que quisiera con sus dos hijos, y que durante las giras la nostalgia es enorme, pero lo considera un gaje como el de cualquier oficio.
Hija de madre y padre músico, nunca se planteó abandonar su vocación para dedicarse a la maternidad. “Mi mamá también es artista y no dejó la música por nosotros, y éramos tres”, comenta. Y como hijo de gato, debería cazar ratón, sus padres pegaron el grito en el cielo cuando ella decidió estudiar Análisis de Sistemas, una carrera que comparte con su esposo y que solo ejerce en los pocos tiempos libres que le deja la orquesta y sus estudios en el Conservatorio de Música, donde lleva siete, de diez, años de carrera culminados.
No cree que su rutina sea muy diferente a la de cualquier otro trabajo, excepto por los viajes y porque su hermano, Acuario Zambrano, también es músico de la Orquesta. Su familia y la de su esposo la han apoyado mucho cuando no puede estar con los niños. Nunca los ha llevado a los ensayos porque, dice, “no podría tocar por estar pendiente de ellos”. Tampoco se lleva a la familia a los viajes. “Si uno termina cansado, imagínate ellos”, dice. Son pocos los días que pasan en cada ciudad y los cambios de horarios no colaboran.
Con 22 años, Jorge Velásquez es el músico más joven de la Orquesta Simón Bolívar. Ingresó en el 2011, cuando se mudó a Caracas a estudiar música en la UNEARTE, pero ya desde los 11 años participaba como músico invitado del Sistema. Él toca violín desde los 9 años. “Me paraba tempranito, antes de ir al colegio y me ponía a tocar, después llegaba del colegio y me ponía a tocar otra vez”, recuerda acelerado.
Su motivación fue haber visto en televisión a la Orquesta Nacional Infantil Venezuela, ahora la Orquesta Simón Bolívar B. Quedó tan fascinado que decidió compartir tarima con esa misma generación de músicos, y si no se apuraba, no los alcanzaría. Sin embargo, de vez en cuando sentía la presión social de los amiguitos que a esa edad lo molestaban por estar ensayando repetidas veces y fue por eso que a los 11 años empezó la rebeldía.
Su papá, quien lo incentivó para no dejarlo, llegó a un acuerdo con él: si ensayaba la mañana del sábado, el resto de la tarde podía hacer lo que quisiera. Un día, estando solo en casa, decidió salir a jugar fútbol. Las palabras de su padre, que justo acabó de llegar, lo hicieron devolverse y olvidarse de cualquier partido: el Maestro Abreu quería que los acompañara a una gira en Buenos Aires, con Gustavo Dudamel.
Sus colegas en la orquesta lo tratan como un adulto más. Le dicen “el menor”, pero lo han hecho sentir de su generación, pues, asegura, priva el respeto artístico entre ellos