Vía: Literanova | por Hugo Álvarez Pifano
¿En que difiere el valse criollo del europeo que le sirvió de origen?
1.- Cinco teorías que buscan una respuesta a esta pregunta
Desde muy antiguo los musicólogos venezolanos se han dado a la tarea de estudiar este asunto: Salvador Llamozas en 1883 (1); Juan Bautista Plaza en 1939 (2); José Antonio Calcaño en 1958 (3); y, José Peñín en 1998 (4). Se trata de enjundiosos trabajos, muy técnicos y bien hechos, fundamentados en la teoría de la música, o bien en la armonía, rítmica y métrica. Si el lector es avezado en conocimientos musicales, lo remito a esa bibliografía básica. Pero, si se conforma con una explicación sencilla y práctica, asequible a todo público, le ofrezco una teoría basada en un elemento antiguo: el “estro armónico” (5).
2.- El estro armónico
Estro viene del griego “Oestrus”, que significa aguijón, en el sentido de estímulo o incitamiento. Se dice que el estro es la inspiración inconfundible, que enciende y anima a quien escribe o interpreta una pieza musical de su lar de origen. Es el sello de procedencia que deja el autor en una obra o en una interpretación y que hace posible que la música de un lugar se distinga de la de otro. Cuando escuchamos uno de esos valses franceses tocados con un acordeón a las orillas del Sena, nunca lo confundimos con un vals vienés, como el que se baila muy cerca del Danubio. Lo mismo ocurre cuando sentimos un vals larense del maestro Carrillo, interpretado por los hermanos Gómez, nos parece que casi tocamos con un dedo el crepúsculo de la tarde en la ciudad de Barquisimeto. Ahora bien, para percibir de qué cosa se trata este estro armónico, les propongo que hagamos una distinción práctica.
Ya que hablamos de un valse francés, los invito a escuchar el más popular de todos ellos “Sous le ciel de Paris” en la voz de uno de sus mejores intérpretes: Ives Montand. Él nos cuenta que el cielo de París no es cruel mucho tiempo, en un instante cambia y para hacerse perdonar nos ofrece un arco iris sin igual, así mismo, algunos rayos del cielo estival, el acordeón de un marinero y la lectura de un filósofo, hace florecer la esperanza en el cielo de París. Bajo el cielo de París fluye un río alegre, duermen en la noche los vagabundos y los mendigos. Bajo el cielo de París los pájaros del buen Dios vienen del mundo entero para hablar entre ellos. Voila.
Ahora es el turno de escuchar un vals vienés, pero no sin antes hacer dos acotaciones: En torno al año de 1830, tal vez la ciudad más brillante y culta de Europa era Viena, pero lo que no ofrecía ninguna duda era la de ser la más alegre y divertida. Su gente hacía gala de disfrutar de lo que ellos llamaban el lebenskunst, esto es “el arte de vivir”. Y ese arte precisamente, como manifestación de desbordante alegría de vivir, alimentaba el orgullo de bailar el vals vienés, en sus dos versiones de moda: Strauss y Lanner. Los valses del primero eran vivaces y joviales (Vals de los Millones), los del segundo muy románticos (Schönbrunn Waltz). Karoline Bauer, una escritora contemporánea de ambos, comentó en sus memorias: “me encanta bailar los valses de Strauss con el mejor bailarín, pero los de Lanner los bailo siempre con el más amado de todos mis amigos”. Aparecen entonces, como por encanto, los valses destinados a figurar como piezas de baile. Viena es el centro de esta nueva moda, en la cual el vals ya no es música para escuchar sino para bailar. La estrella es un hijo de esa ciudad, de espíritu risueño y alegre hasta más no poder: Johann Strauss. Con él este género alcanza un auge y un entusiasmo jamás igualados. Es el autor del más famoso de todos los valses An der shönen blauen donau, o simplemente El Danubio azul. Lo acompañan en este viaje, el alsaciano Emilio Waldteufel, de ritmos ondulantes y majestuosos; y, el violinista vienés Joseph Lanner, compañero inseparable de Strauss, con quien compartió durante un año la sola camisa que ambos poseían. El tejía encantadoras melodías, unas tras otras, en un interminable ritmo de vals.
Ahora es el turno de escuchar un vals vienés del más famoso de sus músicos Johann Strauss: “Vino mujeres y canciones” Tres cosas que abundan todavía en la Viena de nuestros días.
3.- La huella sentimental
Es difícil explicar con palabras que cosa es el estro musical, pero es fácil percibirlo cuando escuchamos nuestra música a la que conocemos y amamos. Trataremos de hacerlo con un ejemplo. Tiempos atrás, cuando éramos niños y viajábamos al interior, digamos por ejemplo al pintoresco pueblecito de Cocorote, en el estado Yaracuy, asistíamos a una retreta en la Plaza Bolívar, allí estaban un grupo de músicos, habitualmente mal rasurados, pobremente vestidos, impregnados en un ligero aroma de aguardiente que sazonaba el aire de la tarde. Pero, con que emoción y sentimiento tocaban su música. Que de cosas nos contaban a través del mensaje sencillo expresado en sus modestos instrumentos. Nos hablaban de un pequeño pueblo que cabía en la palma de la mano, pero latía inmenso en el corazón de sus músicos. Nos decían también, que los músicos de pueblo son como esas piedras que arrastran los grandes ríos, jamás regresan al lugar de donde salieron. En fin, nos decían tantas cosas de nuestra Venezuela, que no logran expresar la mayoría de los músicos de hoy en día. Ellos lucen muy bien afeitados, elegantes con sus camisas con cuello de tortuga, pero no escriben ni interpretan con sentimiento y sabor autóctono la música venezolana, parece que hubieran perdido su estro armónico.
Ya que hemos contrapuesto el valse francés al vals vienés y luego estos dos al valse venezolano, escuchemos entonces un vals larense de Barquisimeto, “Como llora una estrella” del maestro Antonio Carrillo, en la voz de Jesús Sevillano, con un acompañamiento simple de cuatro y contrabajo. Pero antes, me sea consentido hacer una presentación de este músico maravilloso. Antonio Carrillo encontró en la bandolina un medio de expresión natural con el que daba a conocer sus propias composiciones. Con su instrumento era dueño de un bellísimo fraseo y de una forma muy personal de decir su música, pocas veces escuchada en otros compositores o intérpretes. En raras ocasiones, otros ejecutantes de la bandolina llegan a alcanzar la maestría de Carrillo: era muy hábil en la delicadeza de la pulsación, en el manejo del color del sonido y en la extraordinaria intensidad expresiva de su matiz. Ocurría también con el maestro, que cuando tocaba la bandolina solo lo hacía para interpretar sus obras, hermosos valses regionales, en casi todas las ocasiones. Carrillo, que había sido fundador y director de un gran número de conjuntos orquestales, dedicados a tocar y divulgar la música venezolana de los más diversos compositores, al empuñar su instrumento lo hacía solamente para mostrarse a sí mismo. Como si quisiera, en ese preciso momento, poner al descubierto el lado más hermoso de su alma de músico larense: sus valses. Que nosotros sepamos nunca hizo excepciones. ¡Ah! Pero el maestro tenía su propio mundo interior, poblado con la música de su preferencia, había una pieza que solía escuchar con deleite y a veces hasta la tocaba el mismo, este era el vals María Elena de su coterráneo Juancho Lucena. Solía ejecutarlo con ese fraseo maravilloso que caracterizaba sus interpretaciones, mientras prendido al hilo del recuerdo desovillaba con su plectro el tejido de esa música larense, a la que tanto amaba. Aquí va “Como llora una estrella” que lo disfruten.
4.- Desarrollo y presencia del vals venezolano.
Pero, si existe un vals que precede lo que en tiempos venideros será la mejor tradición musical venezolana, ese es El Diablo Suelto de Heraclio Fernández, músico nacido en Maracaibo en 1851, de vida muy corta, murió a la edad de 35 años en La Guaira, en el año de 1886. El Diablo Suelto es un vals con ritmo de joropo, que desde el momento mismo de su nacimiento vio la luz con gran notoriedad y se ha identificado siempre con el sentir popular. Fernández, además de músico fue periodista y dedicó este vals a sus compañeros del periódico El Diablo Suelto y precisamente, encartada a la edición correspondiente al 19 de marzo de 1878, aparece impresa la partitura para piano de este vals cautivador. Muchos años más tarde, esta partitura fue encontrada por Alirio Díaz en una tienda de libros viejos en Caracas y aparece publicada en su libro La música en la vida y lucha del pueblo venezolano, 1980.
A continuación este vals, impregnado de desbordante virtuosismo, con la Orquesta Típica Nacional de Venezuela.
Otro valse henchido de auténtico sentimiento venezolano es “De conde a principal” del valenciano Aldemaro Romero, lo vamos a escuchar con la Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas, bajo la dirección del maestro Rodolfo Saglimbeni, obligados de flauta a cargo de Huáscar Barradas. Pero antes queremos decir algunas palabras sobre el músico que nos ocupa: Aldemaro Romero es el más universal de los músicos venezolanos, lo que no significa que sea el mejor y el que tuvo mayor éxito. Solo queremos decir que su obra -para citar un ejemplo, Fuga con pajarillo- se toca en lugares con distancias culturales inmensas, como Tokio, París y Bariloche, algo que no ha logrado la mayor parte de los músicos del continente. Es también sin dudas, uno de los más interesantes compositores nacionales, en la coexistencia de sus dos caracteres, el músico popular y el creador de música culta. En ambos casos logró cosechar reconocimientos internacionales, interesando por igual a los editores de música, a intérpretes y al público de numerosos países. Ahora, disfrutemos de Conde a principal.
Para concluir, una selección muy personal, uno de mis favoritos: “Visión porteña” Los dos valses más representativos del Yaracuy son Morir es nacer de Rafael Andrade, con letra del poeta Manuel Rodríguez Cárdenas, y Visión Porteña de Pedro Pablo Caldera y texto del periodista Raúl Domínguez Capdevielle. Son valses para los enamorados, donde la nota romántica de su música se expresa a través de un lirismo elegante y sentimental. Sus palabras tienen un contenido poético muy hermoso, pues sus autores fueron finos poetas de oficio. Así mismo, al hablar de estos valses es oportuno recordar que, desde hace muchísimo tiempo, los venezolanos cultivamos un género musical en el que predomina la nota romántica, el encanto melancólico de las noches de luna, las sombras tenues que se proyectan sobre el marco de una ventana, para cantar el amor que sentimos por nuestras mujeres, esto es: la serenata venezolana. Pues bien, estas dos piezas son el ingrediente más apropiado para preparar una inmejorable serenata. A continuación “Visión porteña” un dúo de mandolina y cuatro, en las cuerdas de Carlos González y Sahir Guerrero.
Notas:
1.- Llamozas, Salvador. El valse venezolano. Lira Venezolana, edición del 1° de julio de 1883. Caracas.
2.- Plaza, Juan Bautista. El lenguaje de la música. Alfadil Ediciones, Dirección de Cultura de la U.C.V. Caracas, 1991. Pág. 193.
3.- Calcaño, José Antonio. La ciudad y su música. Monte Ávila Editores. Caracas, 1985. Pág. 372.
4.- Peñín, José. Vals, Enciclopedia de la Música en Venezuela, Fundación Bigott. Caracas, 1998. Vol. II, Pág. 705.
5.- Álvarez Pifano, Hugo. El vals venezolano, historia y vida. Fundación Arts World Millenium 2100. Caracas, 2006, pág. 32.
Acerca de Hugo Álvarez Pifano
Hugo Álvarez Pifano, musicólogo y crítico de música, especializado en la ópera y en temas musicales de Venezuela. Entre 2001 y 2011 ha sido columnista de música, de periódicos y revistas del país. Ha escrito en publicaciones especializadas de Italia, Gran Bretaña, Estados Unidos de América, Dinamarca, Brasil, Colombia, Honduras, Kenya, Etiopía y Guyana. Estudió en la Esc. de Música de Barquisimeto (1951-1956); en la Esc. José Ángel Lamas de Caracas (1957-1958) y en el Conservatorio Luigi Cherubini de Florencia (1960-1963). Es autor de tres libros: El vals venezolano, historia y vida (Fund. Arts World Millenium, 2100. Caracas, 2007); Cantantes líricos de Venezuela (Fund. Arts World Millenium, 2100. Caracas, 2010); Historia de la música de Venezuela (en prensa). Así mismo ha escrito 3 libros sobre música y temas costumbristas, sin publicar. Doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de Florencia, (1958-1963); Master en Derecho Internacional del Instituto de Formación Profesional e Investigaciones de las Naciones Unidas, N. Y., 1973; Postgrados en Ciencias Políticas (1978) y Teoría Política (1980) en la Universidad de Brasilia. Diplomático con carrera de 36 años en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela. Embajador de Venezuela en Guyana, Haití y el Reino de Dinamarca; Encargado de Negocios ad hoc en Kenia y Etiopía; Cónsul General de Venezuela en Río de Janeiro y Sao Paulo, Brasil; funcionario diplomático en las embajadas de Venezuela en Colombia, Brasil y Honduras; asesor, representante alterno y representante de Venezuela en la Comisión de Asuntos Jurídicos de las Naciones Unidas (1971-1978); miembro, participante y jefe de la delegación de Venezuela en 29 conferencias internacionales; y le fueron encomendadas 38 misiones especiales; en el servicio interno de la Cancillería venezolana fue Director de Tratados; Jefe de Gabinete del Canciller Ramón Escobar Salón y colaborador cercano de los Cancilleres Ignacio Iribarren Borges, Arístides Calvani y Simón Alberto Consalvi. Es autor del libro “Manual de los Tratados Internacionales de Venezuela” Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela (1972).