En el mundo de la música clásica, el pánico escénico también es una realidad que ha alcanzado a grandes artistas. Desde pianistas comoVladimir Horowitz o Martha Argerich, pasando por cantantes como Renée Fleming.
La soprano estadounidense, una de las voces más sobresalientes del panorama lírico que estos días ha sido noticia porque en abril debutará en Broadway con una obra de teatro, también ha sido víctima del miedo escénico, hasta el punto que estuvo a punto de dejar la carrera y dedicarse a dar clases. Fleming tuvo que recurrir a la ayuda de un psiquiatra, según ella misma relata en su autobiografía, «The Inner Voice», para resolver esta dramática situación. «La posibilidad de perder mi identidad y mi carrera me resultaba muy doloroso», declaró la soprano durante la promoción del libro. «Cantar es lo más personal que podemos hacer. Y no tenemos la posibilidad de cambiar nuestra voz, nuestro instrumento, por otro nuevo». Esto supone una enorme presión, que se puede ver acrecentada por una situación personal delicada.
El detonante del pánico escénico de Fleming fue una actuación en laScala de Milán. Ese templo de la lírica al que cada vez mayor número de cantantes renuncian a ir por la actitud de su público (el caso más reciente ha sido Roberto Alagna). Sucedió en 1998, cuando la soprano se estaba divorciando. Fue la noche del estreno de «Lucrezia Borgia», una velada que nació ya accidentada pues el tenor tuvo que ser sustituido en el último momento y el director musical tuvo ciertas discrepancias con Fleming. ¿El resultado? Unos abucheos que no cesaron hasta el final de la representación: «Me hicieron temblar. Y esto me duró durante días», señala en el libro.
El año siguiente se abrió ante ella un abismo, provocado por el miedo y la inseguridad. Para ella, cada nueva interpretación suponía «entrar en el túnel, empapada de sudor y consumida por el terror. Cada célula de mi cuerpo gritaba: ¡No! No puedo hacer esto! Te sientes como si fueras a morir.», confiesa. Fleming contó con la ayuda de su profesora de canto durante el periodo más difícil, que le acompañaba del camerino a la entrada del escenario. «Le doy gracias a Dios, porque si miro hacia atrás, creo que si hubiera abandonado y me hubiera tomado un tiempo para pensar, no sé cuándo y cómo hubiera regresado».